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Subir a las alturas. ¿Por qué nos gusta? ¿Por qué, pese al temor en muchos casos, nos atrae con tanta fuerza?
¿Puede ser por la sensación de libertad?, ¿de seguridad?, ¿de evasión de los peligros?, ¿de los enemigos y el mal?... Múltiples pueden ser los motivos, aunque el orden de preferencias no es fácil de determinar, pues dependerá mucho del punto de vista de cada uno.
Pueden unirse en esa atracción por las alturas múltiples sentimientos y también sensaciones, como la belleza de los paisajes, con formas y colores infinitos, más apreciables desde ellas. El distanciamiento de la multitud y la civilización, y con ello el acercamiento a sensaciones más puras. El afán por encontrar la paz. La búsqueda de un aire más puro, de un lugar más limpio…
Son todas buenas y sanas razones, que dependerán, eso sí, del aspecto personal, del aspecto emocional íntimo.
También hay, sin duda, quienes cuestionan el gusto por las alturas; quienes, pese a reconocer que las alturas proporcionan las vistas más impresionantes y sobrecogedoras, las rechazan argumentando que existen lugares a ras de tierra que también pueden ofrecerlas.
Entonces, ¿por qué sigue atrayendo tanto subir a las alturas? ¿Qué es lo que lleva a hacerlo? ¿Impulso, mecanismo emocional, superación…? Posiblemente, un poco de todo.
No es sólo el placer paisajístico, sino un cúmulo de placeres, de sensaciones… que se buscan, sobrecogen y hacen crecer. Y es posible que todo ello se deba a la propia naturaleza humana, a un impulso natural, a la constante búsqueda por el hombre de nuevos entornos, un hecho éste que queda reflejado en su propia historia[...]

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