Construir una escuela infantil siendo un arquitecto con poca experiencia.

Construir sin un perfecto dominio de sistemas y medios constructivos. Sin experiencia.

Estas son las premisas del concurso y a ellas tratamos de dar respuesta a través de operaciones sencillas, directas y cuyo efecto práctico sea el máximo. Trabajar manejando aquello que conocemos y en los que sí somos expertos: las texturas, olores, vistas y sensaciones que conocemos de la vida diaria, que forman parte de nuestros espacios favoritos, de nuestra experiencia personal; un espacio a la sombra, blando, de colores, perfumado según las épocas del año, un espacio que podemos ver, tocar, oler, morder...

No debemos tampoco descuidar las condiciones urbanas en las que se desarrolla el edificio, propias de los nuevos barrios de la periferia madrileña, donde las dotaciones, equipamientos y parques adquieren, cada vez más, una condición de islote sub-urbano, reserva casi única de la vida social, pública y común del barrio tradicional. Dentro de una trama construida a partir de la repetición de rígidos esquemas público-privado, y con una superficie inicial de programa mucho menor al tamaño de la parcela, el edificio se coloca asegurando una serie de situaciones urbanas alternativas que consideramos beneficiosas para el barrio y el propio funcionamiento de la escuela: parques y jardines aprovechables para los vecinos, un patio de juegos para los niños, plazas de parking para padres y personal del centro, grandes aceras y áreas de recreo plantadas…

Al interior, el edificio se organiza según un eje este-oeste, con las zonas de servicio y despachos ocupando la zona norte, y las aulas y salas polivalentes abriéndose hacia el sur. Con esta distribución general se garantiza el máximo aprovechamiento de la luz solar directa, matizada con la plantación de especies vegetales de medio porte que ofrecen distintos colores y aromas, al mismo tiempo que protegen de un exceso de soleamiento. Las aulas, se organizan según un sistema de unidades que se comunican entre sí por los espacios comunes, posibilitando una circulación continua a través de los espacios en caso de necesidad.

Para relacionar ambas zonas, una orientada a norte, formada principalmente por cocinas, locales técnicos y despachos, y una orientada a sur con zonas de estar y de juegos, se trabaja de manera inversa. El espacio restante, no ocupado ni por la banda de servicios ni por la banda de aulas, se imagina como un volumen construido, cubierto, a la sombra, que se perfora para ver el cielo y tomar el sol, se reviste para resultar sensible, agradable al tacto y se llena de flores y plantas que sirvan como estímulo para el desarrollo sensorial del niño. A cada uno de los conjuntos de aulas (según los distintos grupos de edad) se les ofrece un acceso propio e individual a estas zonas de juego, tanto interiores como exteriores, con posibilidad de abrir a ellos total o parcialmente las zonas de estancia. A los espacios demasiado profundos para recibir la iluminación de los patios se añadirá un sistema de lucernarios de resina coloreada.

El resultado es una cubierta continua que se recorta para envolver e iluminar los distintos volúmenes, construyendo una serie de patios interiores que sirven como zonas independientes asociadas a cada uno de los grupos de aulas. Desde los edificios vecinos, la cubierta es una superficie plantada salpicada de grandes gominolas de resina coloreada. Desde las terrazas vecinas es un jardín que admirar a lo largo del año, con sus distintas épocas de floración y sus cambios de coloración. Viéndola desde arriba, como si fuéramos la cigüeña que llega de París,  un motivo de alegría.