La intervención tiene lugar en un edificio catalogado de la ciudad de Madrid, de más de 200 años de antigüedad, lo que suponía un gran reto para el proyecto. La estructura de vigas y pilares de madera, se combinaba con muros de carga de ladrillo en fachada que también incluían elementos de madera. El reto consistía en poner en valor la carga histórica del inmueble, aprovechar al máximo la iluminación natural a través de los 10 balcones de fachada principal y ampliar la sensación espacial de las estancias, potenciando la visual longitudinal y posición en esquina de la vivienda. Se huyó de la distribución en peine de las distintas habitaciones, para generar un espacio principal de estar-comedor-despacho, que se comunicó mediante puerta corredera con el dormitorio principal, liberando la esquina del inmueble. Se respetó la posición de cocina y baño, así como el tabique del antiguo distribuidor y sus puertas, que a partir de entonces harían las veces de vestidor y almacén. 
Se apuesta por la sencillez cromática: blanco y negro como protagonistas, junto con el ladrillo del cerramiento de fachada que se descubre en su totalidad, acentuando textura y contraste. Se mantienen elementos preexistentes como la antigua cocina de leña, las puertas y picaportes, las contras y porticones, lo que garantiza un carácter marcado y muy personal de  la vivienda, tal como deseaban los clientes. El color rojo del gresite del baño o el verde del vidrio en la cocina, son las únicas notas de color , en una casa donde predomina el ladrillo, la luz natural y la continuidad espacial.