Reminiscencia de un sueño.

Vuelve a mi mente aquel vago recuerdo. Me siento perdido, deambulo entre árboles. Escucho el murmullo de un río y me apresuro hacia él. El agua cristalina emana de una voluptuosa fuente que se alza sobre la superficie del río y se bifurca en cuatro brazos gobernados por cuatro extrañas torres. No alcanzo a comprender el espacio que me rodea. El frescor del aire y los prados húmedos, la ambigua mezcla de cuerpos desnudos, las grandes aves exóticas, las bestias y las frutas… demasiado ruido.

 Sumergido en un estado de embriagadez absoluta atisbo un elemento foráneo al paisaje lujurioso en el que me encuentro inmerso. La estructura se despliega sobre el territorio y se pierde en el horizonte. Su sobriedad arquitectónica y sencilla implantación me ayudan a construir la mirada sobre el territorio. Rodeado de un espacio natural condenado a la transmutación perpetua, el artefacto de plástico me resulta extrañamente familiar, me siento protegido.

 El proyecto me acompaña al recorrer las escenas del Jardín de las Delicias empapándose de lo que ocurre  alrededor y ofreciéndose como apoyo programático. Comenzamos en la zona de baño e higiene vinculada al río, atravesamos uno de sus brazos y llegamos a un espacio porticado dedicado a la contemplación del arte desde el que observo el ritual de la “Ronda del Deseo”  y  finalizamos el recorrido en un prado con un estanque en el que los cuerpos desnudos disfrutan ociosos del descanso y la comida. Llegado a este punto me dejo caer sobre la hierba mojada y tumbado sobre un mullido manto de flores silvestres cierro los ojos y me dejo mecer por el susurro del agua...