(..)Una mañana de Junio de 2015 recibimos un mensaje de Cosimiño: “Me mudo a la refinería, no os preocupéis por mí, me las apañaré. Por muy oscuro que pueda parecer ese lugar, pienso que es el único en el que podré reencontrarme con la tierra y con el cielo y quizás, conmigo mismo. Estamos en contacto, pero no pienso bajar.”
Dicho y hecho, ¡Tremendo drama! ¡El barón refin(eri)ado! (…)
  

La propuesta es la materialización del sueño de nuestro personaje. Un relato hipotético y radical sobre el futuro de nuestras ciudades y de los espacios vacíos. Consiste en la reapropiación de hitos abandonados (refinerías) y en el hecho de despegarnos del suelo como una ascensión física y simbólica para conocer el territorio, el contexto, el horizonte, y por lo tanto conocernos a nosotros mismos.

Las torres se convierten en árboles, los silos flotan y se desintegran en la altura para terminar perdiéndose entre las nubes. Atmósferas de levedad suspendidas en el hormigón.
Tres actuaciones con diversos grados de ingravidez que se apoyan en una sólida preexistencia.

Se entiende el proyecto como una situación reproducible a nivel mundial, convirtiéndose estos lugares en una especie de puertos de navegación aérea. Como campanarios en los que las arquitecturas se posan de la misma forma que las cigüeñas asientan en ellos sus nidos. Un proyecto para lo nómada y lo sedentario, lo efímero y lo permanente. Un ascenso a las nubes con o sin retorno.

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