Se interviene en un símbolo que forma parte de la cultura pop. Una imagen que está en posters y franelas, que ha sido parodiada por los Simpson, habitada por David Bowie, recreada como decorado en la película Laberinto, y hasta construida con Lego. Todo el mundo lo ha visto, forma parte del cotidiano, pero nadie se ha atrevido a ocuparlo: los espacios de Escher.

Las escaleras como elemento de acceso a las alturas; el caimo, percurso, ascensión como destino, como espacio final en vez de espacio transitorio. La deriva como experiencia propia. Escaleras sin fin, sin destino, “sin alturas”. Torre imposible, infinita, torre sin torre. Se elige la escalera como el símbolo de lo cotidiano, ocupadas por situaciones verosímiles pero entendida como revolución de todos los días. Lugar ligado a lo privado, a lo colectivo y a lo público donde se construyen fragmentos de domesticidad a diferentes escalas. La escalera como lugar de encuentro, como lugar donde establecer relaciones sociales, relaciones políticas. Espacio no neutral donde acontece la discusión y se instalan tejidos afectivos. Una escalera sin instrucciones, contrarias a la gravedad y las normas.

Se dignifica un elemento olvidado por la sociedad de hoy posibilitando situaciones frente al actual tratamiento de no lugar. Se propone una deriva, experimentar la vida urbana desde una perspectiva más amplia. Frente a la rutina diaria se plantean situaciones urbanas más radicales.

Se construye una utopía, rescatada de la arqueología del futuro, como una paradoja que se lleva a la arquitectura: se trabaja con la simultaneidad, la repetición, la progresión, lo imposible. Se crea un espacio desafiante, de realidades aparentes al ojo, posibles sólo en el reino bidimensional del concurso arquitectónico.