DELIRIO DE UN ESPACIO FUTURO.

El escritor paseaba por la Alameda con su manuscrito en la mano. Caminaba aburrido, parándose a ojear aquel humilde texto de cuando en cuando. No le satisfacía del todo lo escrito, pero pensaba que el fondo la idea no estaba mal: un gran espacio en pleno centro de Sevilla donde sentarse a leer, a pensar.  Leer. Pensar. Suspiró y se quitó el amplio sombrero de ala ancha para enjugarse el sudor de la frente. ¿Tranquilidad? ¿Dónde?

Miró alrededor: nobles cabalgando indolentemente por el centro del paseo, mujeres de mala vida lanzándoles miradas provocadoras, comerciantes intentando vender su mercancía a voz en grito y gente de mala fama insultándose y retándose unos a otros hasta que cayera algún golpe o se derramara algo de sangre. Todo bajo la inescrutable mirada de Hércules y Julio César, o más bien Carlos I y Felipe II, allá en lo alto en sus pedestales a muchos metros sobre el suelo. ¿Pensarían en algo aquellas eternas mentes de mármol? Si era así, pensarían en el pasado, o quizá en el futuro. Pero seguro que no en el presente.

Algo húmedo sacó al escritor de su ensoñación. Un chorro de agua le empapó por completo la pernera del pantalón. Maldijo para sí e intentó secarse inútilmente con un pañuelo de papel que guardaba en su bolsillo. Le había venido esa mañana en el trabajo una idea sobre un tipo que, a finales del siglo XVI, fabulaba sobre un futuro lugar de esparcimiento en plena Alameda. Un teatro. Un corral de comedias quizá. O a lo mejor una biblioteca. Aún tenía que perfilarlo pero pensaba que igual el relato tenía algo de futuro; la idea no estaba mal.

Pensando en ello, entró en la biblioteca.