· (des) EQUILIBRIOS ·
“…No fue tarea fácil conquistar el equilibrio. Mantenerlo fue un ejercicio constante de gestión de fuerzas, de darse cuenta de lo que sucedía dentro y fuera, de un movimiento adaptativo que no admitía brusquedades, sino una delicadeza constante y consciente. El equilibrio difícilmente era compatible con la impulsividad, con la impaciencia o con el arrebato, me pedía consciencia, paciencia y concentración.
Materializar el equilibrio implicaba exponer la lectura del entorno construido, debía integrarse en el paisaje y crecer de manera conjunta provocando una simbiosis entre la arquitectura y la naturaleza, poniendo de manifiesto la fragilidad del lugar donde se encontraba, transmitiendo su pulso y su latido.
Las tracciones y compresiones se materializaron en acero y madera, cualquier giro o torsión estaba regulado por tensores y amortiguadores. Pero fue entonces cuando apareció el efecto Venturi. El refugio estaba vivo y nos hacía saber los cambios producidos en el entorno: respiraba, lloraba, gritaba.
Y es así como me di cuenta que mi refugio era capaz de dictar y trazar los pensamientos de la propia naturaleza, la representaba, la acompañaba y la dibujaba… me hacía saber su estado a través de la arquitectura. Allí fui sensible a los cambios del paisaje, vibrando según el pulso de lo latente, siendo partícipe del viento, la humedad, la lluvia o el sol.
Lo tomé como una bella metáfora de las grandes habilidades que supone el complejo ejercicio del equilibrio, y de lo difícil que es su conquista. Y, a la vez, logré reconocer la belleza que implica el saber construirlo y mantenerlo…”