La Casa Huéscar se sitúa en una densa colina de encinas de una urbanización al norte de Madrid.
Se trata de un sitio determinado por fuertes presencias naturales: la topografía, caracterizada por grandes desniveles; la vegetación autóctona y preexistente, formada por un gran número de encinas protegidas entre las que destacan algunas de gran porte; el entorno, pues se encuentra en un alto con vistas dominantes hacia la Sierra Norte de Madrid. Confluyen estas presencias, además, en una potencialidad de relaciones entre todas ellas y con otros elementos naturales: el sol, el aire, la lluvia, la nieve.
La actuación domestica esta naturaleza existente al tiempo que la preserva; se busca su disfrute, potenciado por la relación con los árboles cercanos y las vistas a las lejanas montañas y a los enormes encinares que hay entre ambos.
El programa consiste en una vivienda para una familia, un pabellón de invitados y un invernadero.
Unos pequeños muros aterrazan el camino y facilitan el acceso a la vivienda, moviéndose entre el jardín-natural (topografía y árboles existentes) y el jardín-huerto (zonas de huerta que aparece en la orientación idónea, algunos árboles nuevos, una alberca, las acequias y el invernadero).
La arquitectura tan sólo se acomoda al implantarse y al tomar forma en su entorno: hormigón blanco que brota de la tierra, con una apariencia modesta y sencilla.
Los espacios vivideros forman un segundo orden: sus volúmenes se adaptan a la topografía y al des’orden’ del bosque de encinas existentes.
El pabellón de invitados sale a recibirnos. La vivienda principal se configura desde el espacio central, lugar desde el cual se tienen visiones del horizonte que nos rodea y en el que una linterna superior nos recorta el cielo: Sobre este volumen, una caja de vidrio se posa y se muestra, en su dualidad, como cielo desde la planta inferior y como paisaje continuo desde arriba. Mientras, sobre los muros del terreno, el invernadero dialoga con aquélla.
Se plantea el proyecto desde una concienciación ecológica compartida con la propiedad.
El acceso a la vegetación desde las estancias de la vivienda las amplía como un hábitat que prolifera y que produce un disfrute y un acercamiento al medio natural que rodea a la persona que allí habita.
Una dualidad nutre y califica los espacios, las costumbres y las materias. Hay una gradación dual de las relaciones interior-exterior y privado-público pues pueden ser a la vez directas e indirectas, permitiendo la simultaneidad y la autonomía de funciones programáticas propias de una edificación que se inserta y se relaciona con un entorno poderoso y que es, ante todo, la vivienda de una familia.