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EL ÁRBOL DE LA VIDA

El punto de partida común de todas las reflexiones de este proyecto es, sin duda, el análisis del concepto de escuela, como el lugar donde no sólo se enseñe y se aprenda sino donde además se produzca un intercambio de los conocimientos o habilidades desarrolladas por los escolares entre estos, entre estos y sus profesores y entre estos, sus profesores y la sociedad. Un lugar para albergar la memoria colectiva de sus usuarios. Un lugar donde satisfacer la curiosidad innata de los más pequeños, en un ejercicio de continuo cambio, crecimiento, descubrimientos y sorpresas.

Nuestro mayor deseo sería el de facilitar una organización del edificio que permita la creación de un mundo con funcionamiento propio, que contemple el cambio, la multiplicidad de visiones y opiniones, las distintas maneras de vivir, de aprender, de expresarse, integrando un factor esencial como es lo imprevisible que aporta siempre la vida.

De esta manera la propuesta cuenta con una organización global que sin embargo, responde a un cierto orden aleatorio, y que además va a reflejar esa voluntad de heterogeneidad a través de la respuesta formal y volumétrica de cada una de las partes; aulas cambiantes, aulas con techos distintos, con paredes distintas, con espacios propicios para la personalización e identificación personal, así como para la creatividad como parte necesaria y fundamental del desarrollo y crecimiento de los niños. Una idea de edificio en definitiva, como el mundo de los niños, como nuestro mundo, cambiante y heterogéneo.

Sobre dos ideas gravita todo el planteamiento de la propuesta: la escuela y el intercambio. Hoy día parece necesario replantearse la situación de la escuela, de los métodos de aprendizaje, de la relación entre alumno y maestro, de enseñar y de aprender. Dar marcha atrás no siempre es algo malo, por esto hemos intentado recuperar un símbolo que desde la antigüedad ha acompañado a la idea de escuela a lo largo del tiempo, como símbolo de simbiosis perfecta entre espacio-maestro-alumno: el árbol.

El proyecto se va a generar a partir de un árbol como mejor síntesis natural de la mayor parte de los objetivos del proyecto, símbolo de la escuela, del crecimiento, del abrigo y la protección, de la relación, de la fortaleza, de la memoria, testigo y reflejo del paso del tiempo, de las estaciones, símbolo de la vida al fin y al cabo.

En una segunda fase creamos la forma o espacio arquitectónico que va a servir como soporte al árbol: la plaza. Un espacio que según la cuarta acepción del Diccionario de la Real Academia Española, se define como un “Sitio determinado para una persona o cosa, en el que cabe, con otras de su especie”. La plaza como el espacio de relación por excelencia. La plaza propuesta por tanto va a ser el espacio y el complemento del árbol, y a la se va a convertir en la rótula o epicentro del colegio. Un espacio de referencia prácticamente visible desde todos los espacios del centro, espacio de bienvenida, espacio de abrigo, espacio para “hacer la cola”.

Una plaza también es un “lugar ancho y espacioso dentro de un poblado, al que suelen afluir varias calles”, y eso es precisamente lo que va a originar la plaza del árbol, la calle. Hemos pretendido que los espacios de circulación, los corredores o pasillos se conviertan en una calle con vida, con espacios diversos, con zonas para hablar, para jugar, para sentarse con el maestro, con sorpresas como pintar en una pared de pizarra curva,  encontrar un cielo de colores, o parar a ver los tomates del huerto.

Calle y plaza son entonces los elementos estructurales de la propuesta. Alrededor y a lo largo de estos dos elementos se van a acoplar las actividades, el programa, las aulas, de manera que van a ser estas actividades dentro de la escuela las que va a crear una coherencia fenomenológica, que va a vertebrar y estructurar el desarrollo del edificio. El conjunto por tanto, se va a organizar como una pequeña ciudad a la escala del niño.

Casi todo el programa se va a desarrollar en un solo nivel en planta baja, como planteamiento de una escala reconocible y amable a la vista del niño. La secuencia de espacios de una sola altura, pero con matices en sus niveles, en las alturas, en las relaciones visuales, intentan un acercamiento a la percepción espacial del niño. El otro objetivo tiene que ver con las condiciones topográficas previas del solar, con una fuerte pendiente, por lo que se ha pretendido al igual que una ciudad, adaptarse al perfil del terreno, por lo que la calle va a reflejar las alteraciones producidas por la pendiente, con subidas, bajadas y espacios de descanso.

Esta circunstancia de adaptación al terreno va a propiciar esa percepción de espacio anisótropo y heterogéneo pretendido. Una secuencia de espacios en cascada que dan cabida a dotar de singularidad a pequeñas situaciones específicas. De esta manera las cubiertas de las aulas se plantean como abstracciones de la volumetría arquetípica de la casa. Cubiertas inclinadas con múltiples variables que reflejan su condición espacial al interior. Ventanas al exterior que enmarcan un naranjo que va a mostrar el efecto cambiante del paso de las estaciones. Un rincón con un cilindro verde donde se puede pintar con una tiza, un comedor redondo donde todos se pueden ver a la vez, o el árbol de la plaza (seguramente una encina), sobre un pequeño montículo donde sentarse a leer.

En definitiva, como nos recuerda Luis I. Kahn, hemos intentado tomar conciencia de la naturaleza de la escuela para después intentar crear un “espacio adecuado”

 

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Participaciones en arquia / próxima

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