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  • [COUNTERSPACES] Byproducts of the other Manhattan

    Ensayo

[COUNTERSPACES] Byproducts of the other Manhattan

La modernidad podría explicarse a través del proceso de subordinación del espacio al tiempo. La división cartesiana entre res extensa y res cogitans ya establecía la diferenciación de dos dominios independientes que estarían asociados al espacio y al tiempo respectivamente. Así, el interior –identificado con el sujeto que piensa– se convertiría gradualmente en “tiempo.” En su Filosofía de la Naturaleza (2004), Hegel dedica una sección a la categoría de espacio, definiéndola, en contraposición al tiempo, como “objetividad abstracta,” la apariencia primitiva menos desarrollada de la naturaleza que eventualmente se convierte en tiempo a través del movimiento para liberarse de su “parálisis” e indiferencia. En este sentido, el espacio aparece como exterioridad pura, sólo medible y asimilable por medio de la razón (interior), que es la única certeza en la que el sujeto moderno podía confiar.

La influencia de esta nueva percepción espacial sería adoptada mucho más tarde por los arquitectos. Una vez que la arquitectura entra en el discurso político, a fines del siglo XVIII, a raíz de la Revolución Francesa, el espacio ya no es considerado como un medio pasivo e indiferente, sino que comienza a ser concebido como un elemento activo que puede ser – intencionalmente o no– transformado, proyectado y manipulado no sólo para producir sensaciones y significados, sino también para encarnar el proyecto sociopolítico de la arquitectura moderna durante las primeras décadas del siglo XX para una sociedad igualitaria y progresista. Sin embargo, esta visión generalizada cambiaría durante las últimas décadas del siglo XX, cuando el llamado “giro espacial” en las ciencias sociales y la crisis del urbanismo moderno transformaron la concepción del espacio y las formas de explorarlo.

El artículo “Space and Anti-Space” (1980), publicado por el arquitecto americano Steven Kent Peterson a principios de los ochenta, representa una contribución seminal a la cuestión de la negatividad en términos espaciales. Influenciado por Colin Rowe y su crítica contextualista del Movimiento Moderno, aborda la calificación del espacio en la arquitectura y el urbanismo antes y durante dicho período. El proyecto moderno, siguiendo valores de fluidez, apertura y democracia, liberaría el espacio de las limitaciones jerárquicas para dar paso a lo que Peterson llama “anti-espacio,” que es continuo, dinámico, fluido, uniforme y sin forma y que, según el autor, puede tener efectos “desastrosos” ya que conduciría a la pura fragmentación y relativismo bajo una promesa de libertad y un nuevo orden. Como materia y anti-materia, ambas concepciones son antitéticas. Sin embargo, Peterson propone una manera en la que el espacio y el anti-espacio pueden ser articulados recuperando el concepto de espacio negativo.

Se propone estudiar el espacio urbano de Manhattan, como fragmento urbano referente a nivel global y desde la que Peterson plantea su discurso sobre el espacio y el anti-espacio, más allá del estudio histórico de su entramado urbano, profusamente abordado desde el ámbito de la arquitectura, sino, a través de una serie de emplazamientos y situaciones, los hipotéticos “residuos” socio-espaciales que desvelen, en una ciudad hiperpositivizada e hipermediatizada, espacios negativos, reversos de la espacialidad dominante que puedan resultar de interés a la hora de comprender uno de los epicentros de la cultura occidental contemporánea. La arquitectura, de esta forma, no aparecerá como elemento condicionante de la actividad humana ni tampoco como mero telón de fondo. Se trata de no perder de vista la ciudad como cuerpo físico, sino también relacional.

Las escalas que podría abarcar un estudio de Manhattan desde la perspectiva planteada serían infinitas. Por tanto, el marco de la investigación se centrará en la escala humana a través de una serie de fragmentos –siempre multidimensionales– que permitan hallar prácticas y formas (contra)espaciales relacionadas de alguna u otra forma con la dimensión arquitectónica de la ciudad. Siguiendo la trama ortogonal neoyorquina, como dispositivo de ordenación –y a la vez de transgresión– del territorio, nos situaremos en sus espacios residuales (byproducts), que surgen como consecuencia de las irregularidades impuestas por las circunstancias externas a la retícula. En este sentido, se sigue una lógica inversa a la City of the Captive Globe imaginada por Koolhaas, en la que la manzana emerge como unidad arquitectónica absoluta y autónoma que se repliega sobre sí misma para evidenciar y hacer frente al caos del espacio urbano.

Brian McGrath, Manhattan Timeformations, 2000.

Marta López Marcos

Arquitecto
E.T.S. A - Sevilla - US
22.04.1988
SEVILLA | ESPAINIA