Cáceres es una compleja ciudad cuyo casco histórico estaba construido como una aglomeración de hermosos casas-palacios e iglesias, la mayoría de ellos acabados en cálidos granitos y revocos a la cacereña. Tras la guerra civil, los restauradores oficiales del régimen descubrieron la alta expresividad de los muros de cuarcita que habían perdido su revoco, y decidieron imponer una disciplina que reivindicaba una estética expresionista basada en estos muros descarnados, casi turrón ciclópeo de cuarcita y mortero de cal. Extraña decisión tomada por unos pocos que, con los años, se convirtió en la seña diferencial, casi surreal, de la hermosa ciudad extremeña.
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