MEMORIA:

El proyecto se asienta en el paisaje. Estructuras ligeras, precisas y sensibles a un entorno y su ambiente.

Estructuras que se adaptan como un diente de león a su terreno. El proyecto es sensible a los cambios en el paisaje que le rodea, vibra según el pulso de lo latente, de los vientos o de la humedad.

Un proyecto metaestable de geometría precisa pero variable en función de los cambios atmosféricos que se den.

Una serie de estructuras esbeltas, ligeras y tensadas acogen estancias mínimas. Formas patentes en un paisaje puesto de manifiesto por dichas estructuras.

Elementos únicamente a tracción o compresión simple, piezas rigurosas pero flexibles, capaces de aceptar y asumir cambios.

Perdidas en las nubes, con un encuentro muy difuso con el terreno y a las que se acceden, por qué no, en vuelo, desdibujándose en el ascenso, llegando a un punto difuso donde se crea el paisaje de lo incierto.

El proyecto acoge el pulso y el latido de ese sueño en las alturas.

¿PARA QUÉ SUBIMOS A LAS ALTURAS?

El hombre tiene que trascender de sí mismo.

Construimos en altura para generar espacio. En el ascenso un nuevo espacio aparece. Un espacio de lo fenomenológico. El hombre necesita aprehender ese nuevo espacio. El espacio de lo difuso, de lo incierto, un espacio de ensoñación.

El hombre necesita trascender de su espacio habitual y se hace una búsqueda, se busca un nuevo espacio que se llena de contenido, desde la contemplación y la experiencia. El hombre crea un nuevo lugar, un vacío que dota de sentido y que utiliza como evasión. Crea un nuevo espacio sin referencias. El espacio de lo difuso, de lo incierto, un espacio de ensoñación.