Para Rorty, el progreso, sea moral o científico, es una consecuencia de la afortunada coincidencia entre una obsesión privada y una necesidad pública. Alejándose de un pensamiento onanista, introspectivo y endogámico, Emilio y Luis, desde que fundaron su taller de arquitectura en 1992, han multiplicado sin descanso las oportunidades para que esas coincidencias se produzcan, para que su obsesión compartida, la igualdad y la diversidad —ese par tan democrático, tan humano y tan profundamente arquitectónico— se alinee con las necesidades públicas y, coincidencia afortunada, se haga realidad en sus proyectos de arquitectura [1, 2]
Este pensamiento teórico se traduce en una serie de obras que toman el relevo de sus maestros, de Francisco Javier Saenz de Oiza a Rafael Moneo, de Rafael Moneo a Emilio Tuñón. Como ellos [3], Tuñón ha compartido sus proyectos en numerosas conversaciones que recibimos hoy como lecciones de arquitectura [4, 5 (25:01), 6, 7]. En ellas, sus propuestas se mezclan con la Mezquita de Córdoba, el Hospital de Venecia de Le Corbusier, el Orfanato de Ámsterdam de Aldo van Eyck, The Economist de Alison y Peter Smithson, referencias constantes en su trabajo. Tuñón y Mansilla han trabajado sobre la idea de contingencia y han otorgado un valor significativo al lenguaje y la creación de sistemas expresivos, estructuras de transformación que persiguen una cierta flexibilidad, siempre controlada. Estas estructuras, en la mayoría de sus proyectos, forman sistemas de unidades compositivas que se repiten con ligeras variaciones, familias de elementos que forman conjuntos adaptados a las necesidades específicas de los programas y los emplazamientos.
Sin olvidar el riguroso orden geométrico que ordena y armoniza sus obras, un orden activo y transitivo al hacerse vehículo de las acciones humanas, Tuñón nos habla del consenso, de los acuerdos y los desacuerdos, y nos recuerda que ‘los arquitectos somos personas que hacemos cosas con personas para las personas’. Para él, trabajar juntos implica ‘aprender junto a la familia para la que construimos’; también comprender ‘que los proyectos no pertenecen a los arquitectos’, que ‘en las obras construidas cada uno ve en cada esquina aquello que ha aportado’. Tuñón siempre ha trabajado a favor de un proyecto común, con una actitud paciente y rigurosa, otorgándole valor al tiempo y a la transformación y construyendo una extensa familia junto a todos los que fuimos, somos y seremos parte de su equipo. Quizá la mejor manera de sintetizar la atmósfera de su taller de arquitectura sean aquellas palabras de Alejandro de la Sota sobre Antonio Corrales: ‘nos reímos mucho juntos’.
En 1993, Mansilla, Tuñón y Luis Rojo fundaron la cooperativa de pensamiento CIRCO [8] breves ensayos de arquitectura firmados por diversos autores que han llegado, con gran discreción, hasta los mismos umbrales de nuestros hogares. Tuñón ha abordado con esmero ésta y cada una de sus contribuciones: los proyectos de arquitectura, la docencia, [9, 10] las tesis dirigidas, los libros publicados, incluso esas bellas ‘cajas mágicas’ inspiradas en Joseph Cornell, un ‘universo imaginado depositado en cajas’ (Life, 1967, 52-53 en El Croquis, 2012, 6), con una maqueta y una imagen de cada una de sus obras: caja-cofre, caja-marco, caja-celosía, caja-flor, caja-castillo, caja-cúpula… Una trayectoria que arrancó en la década de los 90 y hoy, treinta años después, se reconoce como admirable con el Premio Nacional de Arquitectura, el equilibrio perfecto entre la seriedad y el humor, entre el rigor y la imperfección, entre la constancia y la coincidencia.