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La belleza se muere

EL ALMA AGONIZA EN SUS ÚLTIMOS ESTERTORES

 

Ya no se construyen catedrales. ¿Por qué? Se nos cayeron los dioses; la vida moderna ha superado toda necesidad de ellos. Las nuevas deidades son la ciencia y la tecnología. La arquitectura es su más aplicada discípula, a la que admiramos por haberse convertido en la más lógica, funcional y razonable. Acero, vidrio, lamas. Blanco, gris grafito. Cubierta plana, muro vegetal. Y-volvemos-a-empezar. ¿Les suena de algo?

Atrás quedaron las utopías y los sueños de divinidad. La belleza en la arquitectura no es ya más que la proeza de la técnica, que celebramos y perpetuamos sin afrontar la pobreza de mensaje e incapacidad para conmovernos. Como la ciencia, la arquitectura se ha vuelto inerte, abstracta, distante, pero, sobre todo, vacía. Es fruto de nuestra resignación ante la banalidad de la vida, el cese en los esfuerzos históricos de la humanidad por elevar nuestra existencia con un ansia de solemnidad. Es por esto que necesito las catedrales, por ser una ruina viva de ese ímpetu perdido.

Han colocado tiendas de souvenirs en sus entradas y hasta los trámites con los santos han cambiado; ahora has de invocarlos con una moneda para que un sistema electrónico active aleatoriamente una velita de plástico. Una vez dentro del templo, estos detalles llegan a enternecerme. Alzó la vista a la cúpula y la humanidad me sobrecoge. Me siento parte.

Ya no se necesitan las catedrales,-- o se necesitan más que antes.

La belleza se muere

Lucía Gómez Ibáñez

Arquitecto
E.T.S. A - San Sebastián - UPV
VIZCAYA | ESPAÑA