Como Alicia tras el espejo, el trasvase de paisajes –mentales, físicos- más allá de la arquitectura enriquece la realidad del momento presente. Imaginar, pensar, actuar son los tres movimientos de la recreación mental que soporta el proyecto de arquitectura antes de realizar su traducción física a la realidad tangible.
Los esfuerzos de cada momento del trabajo está inspirado por los que, como Ludwig Wittgenstein, tratan de superar la contingencia del mundo, aún newtoniano, por medio de la trascendencia física de las ideas.
Esta necesidad humana es la acción fundamental de la Arquitectura: Proyectar una idea sobre una materia, quedando ambas fundidas en un continuo sensorial, unidad real de materia y pensamiento.
El espacio mental en el que se desarrolla un proceso de arquitectura es un ente flexible y no categórico, cuya sucesión de condicionantes fluctúa en vertical –jerarquía y geometría- y horizontal –tiempo y material- hasta alcanzar en la concatenación diagonal asumida en su convocatoria la sucesión de decisiones unívocas y excluyentes.
El espacio físico de los estudios de arquitectura varía con cada condición social de contorno. En ellos se pone en relación directa la evolución del pensamiento construido y constructor con las condiciones sociales que permiten que la humanidad de ese momento y ese lugar provoque esos arquitectos exactos, los estudios de arquitectura yuxtaponen mente y sociedad, y de ellos nace el fruto sintético de ambas.
Honrar a una profesión de 5.000 años de antigüedad es un motivo trascendente de la calidad del trabajo de cada día.