Los primeros años de profesión sobre los que aquí reflexionamos, me valen para darme cuenta de hacia dónde voy. Quiere decir esto que no me lo he planteado demasiado o ni siquiera suficiente por lo que creo que he corrido un gran riesgo. Riesgo de desviarme, riesgo de desplomarme, riesgo de defraudarme o defraudar a los demás... y, sin embargo, empiezo a pensar que esa falta de reflexión es la que ha hecho que ahora esté escribiendo sobre los ya casi diez años de profesión. Creo, por tanto, que es buen momento para una pequeña reflexión sobre todas las intuiciones que me han sostenido hasta aquí. Siempre he creído que una profesión debe ser una forma de vida, y no un medio de vida, por la simple lógica de que dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a la misma. Por eso he procurado que cada encargo, y aquí toma un papel fundamental el cliente, sea una nueva aventura cargada de incógnitas. El cliente, entra a formar parte de esta aventura como acompañante del viaje, igual que se irán incorporando diferentes tipos de gente de diversas profesiones: ingenieros, aparejadores, funcionarios, constructores, carpinteros, cerrajeros, albañiles, comerciales... Todo lo que me rodea, inconscientemente se va incorporando a mi forma de hacer arquitectura, por lo que el cúmulo de datos, sentimientos, sensaciones de todos estos años se ven de alguna forma reflejados en los distintos proyectos. De nuevo, la falta de reflexión hace que todo esto se incorpore sin crear un peso de experiencia que nos quite la frescura de la intuición. No quiero la experiencia como lastre que cierre puertas por lo que la continua búsqueda de nuevas aventuras y la huida de la especialización hacen que todo sea nuevo cada vez. Quizá éste no sea el camino correcto pero es el que he sabido hacer o el que he elegido hacer. Quizá debería enseñar todos mis proyectos a un psicólogo y que sea él quien me diga cómo soy.