Frente a la idea de “consenso a todos los niveles”, nos gustaría reivindicar una cierta condición demiúrgica para la arquitectura: aquella a partir de la cual el trabajo arquitectónico se sitúa delante de los acontecimientos, anticipatoriamente, y no al mismo nivel que el resto de los agentes implicados. Creemos que la situación al mismo nivel es casi imposible de darse en condiciones convencionales dentro de la práctica y puede ser incluso escapista, ya que implícitamente pretendería liberar al arquitecto de parte de sus responsabilidades.

La idea de consenso que viene infiltrando muchos discursos en torno a la arquitectura supone una vuelta a paradigmas heredados del arte en cuanto a las ideas de la obra abierta pero supone también un desentenderse de muchas de las oportunidades que presenta el hecho de “proyectar” (lanzar hacia delante y después verificar).

Oportunidades que acercarían al arquitecto a su figura real de estratega (debe adivinar el camino, marcar las pautas), y lo alejarían de su autoproclamada capacidad de mediador (asimilable a la del sacerdote, exacerbando sus habilidades como “productor de consenso”).

El manejo y acceso a la información hoy, nuestra capacidad de instrumentalizarla, es un arma arquitectónica de primer orden, pero la sobreelaboración de estas técnicas denota una pérdida de capacidad de respuesta inmediata, intuitiva y directa.

La capacidad demiúrgica que reclamamos, que el arquitecto se anticipe y muestre el camino puede sonar a discurso mesiánico o autista. Pero inmersos en el fuego cruzado de la gestión de complejidades que el ejercicio de la arquitectura hoy supone, aparece necesaria una capacidad de abstracción radical, anticipatoria y casi luminosa (inherente a la formación híbrida del arquitecto hoy) que salte sobre los caminos de barro a recorrer en el desarrollo de un proyecto (gestión urbanística, negociación con empresas, factores imprevisibles, obra, etc.).