La obra se sitúa en una de las calles más populares de la ciudad, en pleno centro histórico. La calle Sierpes tiene una importante actividad comercial de la que depende su actual carácter urbano siendo frecuentada por un gran número de personas durante el horario comercial. Su tránsito exclusivamente peatonal ayuda a tal actividad. En el plano de la ciudad resulta ser una vía de conexión entre importantes espacios urbanos: de la plaza San Francisco y su aledaña plaza Nueva a la Campana, que queda entre la plaza del Duque y la calle Laraña, procedente de la plaza de la Encarnación.

La imagen de la calle Sierpes se construye en base a una edificación compacta, de fachada alineada y de tres alturas, que responde a la manzana colmatada mediante parcelas irregulares entre medianeras. La composición de sus fachadas se ajusta en casi todos los casos a una composición clásica de huecos verticales recercados que se combinan con balconadas acristaladas y cierres de hierro.

A finales de la década de los sesenta, la intervención de José María García de Paredes, introduce en este contexto de ciudad histórica, una arquitectura contemporánea que rompe la continuidad de los tratamientos y composiciones de las fachadas que definen la calle Sierpes. Su situación de esquina, hace aún más notoria la apuesta por esta confrontación con la arquitectura del entorno. Sus fachadas son planos tensos y abstractos, recortados por los huecos seriados y uniformados que no diferencian entre una y otra calle. En la planta baja se introduce unos grandes huecos para puertas y escaparates que soluciona el uso comercial pero dentro de las proporciones y formas con las que se resuelve toda la fachada.

La calidad de la construcción es la causa de su buena conservación. A pesar de la ruptura con los inmuebles medianeros, la arquitectura que proyectó José María García de Paredes se encuentra plenamente integrada en el conjunto de calle Sierpes, demostrando otra manera de intervenir en los cascos históricos.