El cine sobre Berlín: un relato de su historia reciente.
A principios del siglo XX Berlín era una ciudad activa, cosmopolita, con un dinamismo más parecido al de las emergentes metrópolis estadounidenses que al de otras capitales europeas, como muestra Walther Ruttmann en Berlín: Sinfonía de una gran ciudad (1927).
Pero en las décadas siguientes las cambiantes coyunturas sociopolíticas y económicas se reflejaron inevitablemente en su configuración urbana. Así, mientras en otras ciudades el crecimiento se produjo a un ritmo muy lento, casi secular, en Berlín fue bastante explosivo: en el corazón de una Europa devastada y dividida, las violentas metamorfosis y tabulas rasas que sufrió hacen de ella un palimpsesto de la memoria contemporánea alemana.
No es extraño por tanto que Berlín haya sido para los cineastas un lugar de interrogación constante sobre la historia europea del siglo XX. Las fuertes convulsiones que la ciudad experimentó a lo largo del siglo pasado dejaron inevitablemente su impronta en la producción cinematográfica, actuando las más de 1600 películas rodadas en ella como lugar de memoria colectiva en el que recuperar la dimensión psicológica de acontecimientos cruciales.
El cine ha jugado siempre un papel relevante como medio de propaganda política, y un buen ejemplo de ello es Olympia (L. Riefenstahl, 1936), que documenta los Juegos Olímpicos con sede en Berlín durante el gobierno del Tercer Reich, o Historia de una joven pareja (K. Maetzig, 1952), un clásico del cine propagandístico de la época de apogeo del stalinismo, donde se incluye metraje original de la construcción del Stalinallee, el mayor boulevard de la zona oriental y escenario de los espectáculos oficiales del régimen socialista.
Apenas finalizada la II Guerra Mundial, el director neorrealista italiano Roberto Rosellini rueda Alemania, año cero (1948), última obra de su Trilogía de la Guerra, que muestra la completa devastación de la ciudad y la lucha diaria de sus habitantes por la supervivencia. Ese mismo año Billy Wilder dirige Berlín Occidente, una comedia romántica sobre la Alemania ocupada por los Aliados, auspiciada por el gobierno estadounidense.
Si la ciudad dividida se convierte en símbolo de la Guerra Fría, inspirando numerosas películas del género del thriller como Berlin Express (J. Tourneur, 1948), la construcción del muro en 1961 marca definitivamente el carácter de Berlín en el imaginario cinematográfico internacional. Desde entonces y hasta su caída en 1989, se suceden una serie de obras, producidas bajo la influencia occidental, con el leitmotiv de la ciudad como zona franca del espionaje mundial: El espía que surgió del frío (M. Ritt, 1965), Octopussy (J. Glen, 1983), Top Secret (Zucker, Abrahams, Zucker, 1984)…
Durante esa época, el cine en la RDA se preocupa sin embargo de indagar en su doloroso pasado, difícil de ignorar, y tiene menos repercusión fuera de su circuito, aunque no pueden olvidarse títulos como La tercera generación (R. W. Fassbinder, 1979), que muestra una imagen del Berlín oriental, sobre todo arquitectónica, irremediablemente dividida entre lo viejo y lo nuevo. Mención especial merece El cielo sobre Berlín (W. Wender, 1989), con sus dos ángeles sobrevolando una ciudad sin vida, sin color, presa del peso de las fronteras físicas y emocionales.
Curiosamente, tras la reunificación del país han empezado a aparecen títulos que reflejan la vida cotidiana, la estética y el modelo urbanístico y arquitectónico de la Alemania socialista y concretamente de Berlín del Este, con gran éxito de crítica y público: Sonneallee (L. Haubmann, 1999), Goodbye, Lenin (W. Becker, 2003), La vida de los otros (F. H. von Donnersmarck, 2006)…
Y, en parte, son responsables de que en el 30 aniversario de la caída del muro, la Ostalgie (contracción de ost, este en alemán, y nostalgie, nostalgia), es decir, la nostalgia por la antigua RDA, siga más presente que nunca.