Fin de temporada comenzó con dos hallazgos casi simultáneos; una lista inesperadamente larga e informalmente elaborada bajo el título ‘parques acuáticos abandonados en España’. Y una serie de noticias con estudios de las Naciones Unidas y del World Resources Institute, que advertían en 2019 del futuro adverso que parecía esperar a una España con un estrés hídrico que quintuplica la media europea, un riesgo de pobreza acuífera extremo y un millón de hectáreas en peligro severo de desertificación.

Ambas realidades daban pie a una serie de preguntas frente a las que no teníamos respuesta en torno a por qué se construían y abandonaban parques acuáticos en un lugar sin agua en exceso y por qué las ruinas de éstos nos fascinaban tanto. Fin de temporada se constituyó entonces como un proyecto a mitad camino entre la investigación documental y la pieza artística. Emprendimos un viaje físico por esa lista de ubicaciones de parques abandonados mientras ésta crecía exponencialmente y otro viaje discursivo entrevistando a personajes clave en esta historia y documentando una situación que, vimos pronto, era poliédrica y en ella se cruzaban transversalmente muchos de los temas que ocupan las noticias: el uso del agua, por supuesto, pero también el paisaje o la protección de los recursos naturales, las relaciones sociales en el ocio y lo lúdico, el espacio colectivo y el individual, los límites del modelo económico, la concepción de la idea de progreso y la distopía de un futuro incierto en medio de dos crisis: la climática y la económica. Una pandemia mundial a causa de la COVID-19 aceleró el proceso y nos dejó una lista de 41 parques acuáticos abandonados entre España y Portugal (con quien, como veremos, compartimos cierta parte de la historia), aunque posiblemente exista alguno más que no hayamos podido encontrar.
Las personas siempre hemos usado el agua con fines lúdicos y sociales. Desde la antigua Roma el uso del agua era clave para conseguir asentamientos consistentes y estaba ligada a espacios como las termas, que englobaban un uso social, gimnástico y lúdico. En el caso concreto de la Península Ibérica, además, la relación con el agua ha sido muy relevante debido a la presencia musulmana hasta 1492, donde ésta jugaba un papel fundamental en la vida cotidiana. Posteriormente, el uso lúdico-social del agua se ha ligado a beneficios medicinales - tanto físicos como psicológicos - en balnearios y zonas de recreo tanto fluviales como de marítimas.

Los parques acuáticos, tal y como los conocemos actualmente, se popularizaron en las décadas de 1950 y 1960 en Estados Unidos, donde también habían evolucionado los parques de atracciones en grandes parques temáticos a la sombra de Disneyland (1955). En España se considera que el primer parque acuático fue Aqualandia, en Benidorm, aunque parece que ya existían algunos más pequeños en Málaga y Badajoz. En Portugal, el primer parque acuático comenzó a construirse en 1980 en el Algarve, gracias a una empresa de construcción de capital extranjero. Se dio así el pistolezado de salida a la época dorada de este tipo de negocio; durante la segunda mitad de la década de los ochenta y los noventa los parques acuáticos proliferaron de manera considerable.
Se incluyeron dentro de hoteles, restaurantes, campings, urbanizaciones de vacaciones e incluso discotecas. Lagosur (en Leganés) o Aquarama (en Benicassim) se anunciaban en la televisión estatal – ‘en Aquarama, la aventura te llama’ – como el plan mas deseado del verano. Y hasta la cadena de televisión Antena 3, rodó varios veranos su programa infantil estrella ‘El club Megatrix’ en uno de ellos.
Sin embargo, se sucedieron ya en los 90 una serie de situaciones que pusieron freno a la construcción de parques. El 27 de julio de 1993 una niña desapareció en Aquapark Restelos, el que era el parque acuático más grande de Lisboa, y al día siguiente – aún sin noticias de lo sucedido el día anterior – un niño también desapareció en el mismo lugar. Resultando un fallo de seguridad en los motores de la piscina de olas el culpable de haberlos absorbido acabando con su vida. Este suceso fue publicado también en los principales medios de España y desencadenó que durante los siguientes meses, e incluso años, y pese a que se implementaron nuevas medidas de seguridad que hacían imposible que se repitiera lo sucedido en Restelos, muchos parques perdieran parte de
su público y acabaran por cerrar. El ejemplo más directo fue el propio Aquapark Restelos y el otro gran parque acuático de Lisboa, Ondaparque. Por otra parte, los parques con mayor afluencia de público y de mayor tamaño, se dieron cuenta que debían renovarse continuamente para mantener el interés del público, y crecieron actualizándose de forma continuada. Arrinconando otros más pequeños en sus proximidades, como sucedió con el Turbogán, un parque acuático más reducido de cuatro toboganes y una piscina, que a sólo 30 km de Aquarama acabó por cerrar y desaparecer.

Pese a ello, a principios de los 2000 había más de 100 parques abiertos entre España y Portugal de todos los rangos de tamaños y en diversos contextos. Se habían extendido además por el resto de países del sur de Europa como Italia, Grecia y la parte mediterránea de Francia (donde esté posiblemente la mayor concentración de parques acuáticos de Europa ubicados en campings). Esta expansión no dejaba de resultar curiosa ya que, si bien por una parte tenía una lógica dependiente del clima que los hacía disfrutables durante los meses de verano, también se ubicaban en zonas mucho menos húmedas y con mayores sequías que el norte de Europa, donde los hay, pero en un porcentaje mucho menor. Los parques acuáticos en la Península Ibérica son un modelo de ocio profundamente estacional, pues sólo pueden funcionar tres meses al año, lo que les grava especialmente la dependencia económica de darle viabilidad a una infraestructura que va a estar cerrada gran parte del año. Esta dependencia económica abocó a muchos al cierre con la crisis de 2008, y también paralizó proyectos de otros que – en el contexto de la burbuja económica – comenzaron a construirse para nunca inaugurarse, como puede ser el caso de Playa Lagarto, un parque de 9 millones de
euros en Jaén.
A todo ello se suma que, durante los veranos de 2020 y 2021, se restringió la apertura de parques acuáticos – siendo imposible abrirlos o limitando sus horarios con cuotas bajas de público – por la crisis sanitaria de la COVID-19. Muchos de estos parques, ya inestables de por sí, no volvieron a reabrir tras la pandemia. Algunos incluso se usaron en esos veranos como depósito de agua para los bomberos que luchaban contra incendios forestales cada vez más agresivos y habituales, los llamados incendios de sexta generación por el cambio climático, como es el caso de Aquaola, en Granada.
Visto ahora en perspectiva histórica, la época dorada de los parques acuáticos coincidió con el principio de la generación Y – o millenials, en inglés – y es en ella en la que tuvo un fuerte impacto al ser, entre otros, los receptores de los anuncios de televisión. Siendo así, los parques acuáticos han sufrido, como la generación Y, las dos grandes crisis de 2008 y 2020, además de los problemas de seguridad y salud a los que tuvieron que hacer frente a mediados de los 90. Siguiendo esta narrativa generacional del ocio, los parques y los millenials hemos evolucionado parejos, y ahora encontramos que parte del sistema social y de deseos en el que crecimos no sólo está en crisis, sino que avanza hacia una ruina cada vez más insostenible.

En este viaje a un futuro probable, donde, en vista de los datos, la gran mayoría de los cerca de 100 parques que aún siguen abiertos, se verán obligados a cerrar para que la vida sea sencillamente posible, hemos conversado con implicados clave en esta historia, tratando de ver un abanico lo más amplio posible de enfoques. Desde personas propietarias, usuarias, arquitectos de los mismos, hasta el vigilante de seguridad, activistas ambientales o personas académicas relacionadas con el agua y el turismo. De ellos, recogemos en este trabajo cinco entrevistas íntegras.
Por otra parte, hemos catalogado y documentado todos los parques acuáticos abandonados de España y Portugal – con el criterio clasificador de que tengan, o hayan tenido en proyecto, al menos un tobogán. Estos parques se recogen con planos y datos en la última parte de la publicación, mostrando con números una realidad impactante. 41 parques acuáticos abandonados que, si llenáramos ahora mismo de agua para su uso, requerirían más de 145 millones de litros.

Los casi 100 en activo usan cerca de 300 millones de litros de agua en este preciso momento, esperando un chapuzón en mitad de un millón de hectáreas al borde de la desertificación.