El 30 de septiembre de 1967 el artista americano Robert Smithson recorre las afueras de Passaic documentando una serie de hallazgos que denomina ruinas al revés y considera verdaderos monumentos, ya que definen, sin pretenderlo, los vestigios de la memoria de esos lugares. Esta experiencia le lleva a plantearse que el desamparo de los suburbios se deba quizás a la pobreza de las herramientas que se usan para representarlos y a las que se acaban pareciendo, como el mapa a escala real del relato de Borges.
Los territorios vinculados a sistemas de producción que se encuentran en las periferias de nuestras ciudades son paisajes en proceso que han sido capaces de asimilar los distintos usos y requerimientos de cada época, mostrando gran capacidad de adaptación. Esta cualidad, al contrario de ser aprovechada por las intervenciones contemporáneas, es negada por los modelos de expansión urbana que eliminan toda preexistencia para establecerse generando lugares amnésicos y desactivaciones continuas.
Dichas operaciones, que borran toda huella de lo anterior, inhiben las propiedades emergentes del sistema urbano, ya que éstas se encuentran íntimamente relacionadas con los procesos de auto-organización surgidos del continuo intercambio y acumulación de información que se ha llevado a cabo a lo largo del tiempo.
Los estratos acumulados por la historia del suelo contienen actividad, experiencias, acontecimientos locales y globales, todo aquello que configura el espesor del territorio y que los convierte en paisajes culturales, ya que ilustran evoluciones de la sociedad mucho mejor que estructuras erigidas en centros históricos que si son catalogadas y protegidas.
Estas capas de información son a menudo ocultadas o borradas por procesos de transformación de escalas temporales diversas. A los cambios instantáneos tras guerras o desastres naturales se une el fenómeno de la tabula rasa, entendida como una destrucción planificada de tejidos para sustituirlos por nuevos y genéricos productos urbanos, imponiendo una falsa memoria sobre la que allí existe, una memoria conveniente y planificada al igual que la que se implantaba a los replicantes de Blade Runner.
Se hace necesario, por tanto, sustituir las actuales operaciones de borrado y ocupación sistemática de las periferias por estrategias de gestión de paisajes que promuevan otro modo de hacer ciudad; uno que la considere una superposición de sistemas en el que coexisten distintos procesos y tiempos, y no una simple sucesión de estados estables en la que cada uno elimina al anterior.
Se podría decir que la clave para entender la realidad es medir la información que la configura, recodificándola para dar lugar a un mapa genético que pueda servir como campo de abordaje, mostrando la historia no como un recorrido lineal de acontecimientos sino como un paisaje de posibilidades en el que la memoria es un dato instrumentalizable.
Con tal fin, cabría explorar herramientas que permitan cartografiar paisajes vulnerables registrando aspectos difícilmente visualizables o medibles con aquellas que ofrece el planeamiento urbano, revelando aspectos inadvertidos, evidenciando relaciones y dando lugar a reformulaciones. En definitiva re-conocer una realidad en transformación para poder proyectarla, indagando posibles ámbitos de acción basados en la interacción entre energías, datos y corrientes, entre las capas acumuladas y las que se superponen con las nuevas intervenciones, dando lugar a escenarios expectantes a construir de forma coherente a las historias del suelo.
El atlas puede ser un formato adecuado, entendido como una mesa de trabajo donde recoger fragmentos de paisajes siendo, al igual Aby Warburg con su Atlas Mnemosyne, detectives de la historia cultural. Esta herramienta nos permitirá recorrer el territorio objeto de estudio, desorientarlo, reconfigurarlo, reescribirlo o, al igual que el artista Joseph Cornell que convierte con sus cajas objetos cotidianos en tesoros, coleccionarlo.
Es anacrónico, ya que contiene muchos tiempos diferentes, y capaz de configurar espacios y tiempos abiertos que se relacionan en todas las dimensiones posibles y pueden recibir constantes modificaciones, constituyendo una propuesta para recorrer el lugar. Esta forma de contar el territorio habla de procesos abiertos y dinámicos, considerando la naturaleza multicapa de los tejidos y permitiendo cartografiar transformaciones y realizar experimentos e hipótesis, convirtiendo al observador en explorador.
A cada herramienta se le puede asignar una específica capacidad organizadora o reveladora, que el explorador podrá usar de forma estratégica para desvelar aspectos ocultos e inadvertidos, mostrando las cosas que no estamos acostumbrados a mirar, haciendo visible lo invisible y permitiendo, como decía Walter Benjamin, leer lo nunca escrito.
Es por ello que el atlas resulta en un conjunto heterogéneo de mapas, objetos y registros, variando su composición en función del lugar elegido, las circunstancias o la persona que recopila los datos, ya que la cartografía no es neutral. A continuación se explica brevemente el contenido mínimo propuesto para una buena comprensión de las situaciones detectadas, pudiendo verse ampliada, reducida o dada la vuelta en cualquier momento:
Mapa de espesor: Herramienta que saca a la luz las fuerzas ocultas del territorio, desvela y explora sus capas más profundas documentando las transformaciones y sus condiciones históricas de posibilidad. Muestra la superposición de eventos, historias, actividades y experiencias que construyen un lugar.
Modelo de entropía en BITS: Maqueta que permite medir en una balanza los BITS de información que almacena cada estrato temporal mediante la asignación de materiales de distinto peso (aluminio, latón y plomo) a cada transformación. De esta forma se pueden probar decisiones e indagar sobre las causas de las condiciones y complejidad del tejido estudiado en la actualidad.
Catas: Se recolectan muestras de materiales, pequeños trozos de paisaje que permiten imaginarlo, recorrerlo o coleccionarlo.
Auscultación: Se usa el sonido como instrumento de orientación, dando lugar a paisajes sonoros que trasladan al receptor a este u otros lugares.
Regulación: Recopilación de la normativa que afecta al suelo considerado, no sólo la vigente sino toda la que lo ha contemplado, prestando especial atención a los cambios y a la totalidad del sistema ciudad. Para los organismos que han realizado dichos cambios en la clasificación del suelo con el fin de urbanizarlos, la protección de los mismos es una limitación, mientras que para otro sector se opone a cualquier intervención en los mismos, sea cual sea su naturaleza.
Ambas posturas limitan el futuro de estos territorios, cuya solución se encuentra probablemente en una negociación entre programas, realidades y tiempos nuevos y acumulados.
Antipostales: Imágenes que, al igual que las fotografías publicadas en la revista Varietés en 1929, dislocan el lugar y lo descontextualizan, a través de las cuales nos costaría reconocerlo, dando lugar a un catálogo de hallazgos.
Geografías subjetivas: Relatos de habitantes, viajeros y visitantes que conocen aspectos para los demás inadvertidos.
Des-programaciones: Recopilación de artículos publicados en torno a estos paisajes y su inminente ocupación por parte de programas urbanos a través de operaciones de borrado y especialización que limitan la capacidad de transformación de estos territorios y los eventos y ocupaciones espontáneas que en ellos se llevan a cabo ahora mismo.
La utilización de esta herramienta como estrategia proyectual permitirá rastrear pistas y construir un marco de re-conocimiento que permita trastocar e impulsar realidades en las que coexisten distintos procesos y tiempos. De esta forma, se podrá encarar la aparente indefinición y debilidad de los paisajes productivos como escenarios físicos o literales a través de un marco de conocimiento abierto a la manipulación que los considere situaciones incompletas a reimpulsar, dando continuidad a procesos comenzados mucho tiempo atrás.
Así, podrán protegerse y ponerse en valor no sólo los valores estéticos de estos paisajes sino también aquellas propiedades culturales, sociales y energéticas que no han sido planificadas sino que han surgido y se han desarrollado con el paso del tiempo, entendiendo la arquitectura como la consolidación de lo preexistente, sea visible o no en este momento. Las aproximaciones al paisaje resultantes estarían más cercanas a la hibridación y el intercambio, concibiendo suelos mixtos abiertos a organizaciones flexibles, cambiantes e imprevisibles, que aprovechen los potenciales específicos de cada lugar estableciendo relaciones más allá de sus límites.