El proyecto comienza con la elección por parte del cliente de dos árboles situados en un terreno cultivable en pendiente, entre los que construir una cabaña para pasar la noche. El protagonista de la casa no es la cabaña, sino el jardín inclinado, por lo que se preserva su pendiente, haciéndola habitable, y se prolonga en altura mediante una rampa quebrada en tramos de diferente pendiente que se distancia poco a poco del terreno.
La propuesta de “rampa habitable”, tiene paradójicamente como objetivo potenciar su contrario: el plano horizontal. El proyecto no pretende renunciar a la horizontal, sino ponerla en valor, como primer logro de la arquitectura, al apropiarse de una superficie sobre la que poder disfrutar de una versión domesticada de la gravedad. El plano horizontal es entendido por ello como un artificio del ser humano que ha cobrado importancia en el territorio de lo doméstico hasta llegar a ser incuestionable, y que sin embargo no existe de manera natural en nuestro entorno. La rampa da acceso de esta forma a las superficies horizontales que soportan el programa convencional de una casa (sala, comedor, cocina, baño, cama, oficina), en un desplazamiento que permite llegar a una altura de 9 metros sin subir escaleras.
Se produce así un espacio continuo en el que la separación entre estancias no está delimitada por muros, sino por el propio suelo. Desaparece de esta manera la idea de habitación, dejando en manos del suelo la posible aparición de usos dentro de un espacio genérico que se comprime y dilata. La inclinación y forma del suelo sustituye a los paramentos verticales de compartimentación, y los habituales ritos de paso entre habitaciones, gestionados tradicionalmente por puertas, son sustituidos aquí por matices en la forma del suelo. Lo mismo ocurre con las ventanas, que quedan sugeridas en las direcciones hacia las que apunta la pendiente. El suelo es por ello soporte y al mismo tiempo elemento de cosido y de separación. La casa plantea así recuperar el plano inclinado como espacio habitable y lúdico, que incita al adulto a recuperar las formas antiguas de exploración de su niñez; quiere jugar, escalar, o gatear
La casa está formada por ello por tres cubiertas superpuestas, cuyas pendientes del 10%, 8% y 16%, se adaptan al programa correspondiente, y se agujerean dando lugar a un único espacio continuo. La “casa de una sola habitación” supone una revisión de la vivienda vernácula de una sola estancia en torno al hogar. En el centro de este espacio se inserta un elemento habitual de las construcciones de la costa ecuatoriana, el núcleo de ladrillo, que contiene el fuego de la cocina y aloja los cuartos húmedos de la casa. Se trata de un gran prisma central que almacena los objetos de valor, rigidiza la estructura de caña que lo envuelve a modo de andamiaje, y condensa al mínimo necesario la tipología de casa tradicional, con sus puertas y ventanas, sus muros y suelos horizontales.
El resto de superficies horizontales quedan asociadas al mobiliario introducido. El objeto se convierte en lugar, como pasaba con la cama con dosel antes de la invención del dormitorio, o con la bañera antes de la aparición del baño. Los objetos de la casa reclaman de esta forma el protagonismo que habían perdido al aparecer la arquitectura funcionalista de la habitación. Cada objeto se vuelve por ello trascendente en la organización funcional de la vivienda.
El desarrollo en rampa de la estructura permite a su vez la triangulación de la misma, y el uso de losas de hormigón aligeradas con cascarilla de arroz reduce en 9 toneladas su peso, generando una estructura sismorresistente que permite construir a menos de $100 el metro cuadrado.