En el contexto de emergencia climática en el que vivimos, el pabellón Lost Forest trata de acercar la realidad de los incendios forestales y de sensibilizar sobre la importancia de la convivencia, cuidado y gestión sostenible de nuestros bosques. El proyecto hizo esta reflexión de manera muy frontal, trasladando un gran volumen de madera quemada, proveniente de un incendio cercano, al contexto urbano de la ciudad de Donostia-San Sebastián, entre un enclave de mar y dos montes.
El volumen se compuso de agrupaciones de troncos apilados de 4m de longitud. La especie utilizada fue pino laricio, proveniente de uno de los ocho incendios que, en junio de 2022, arrasó casi 15.000 hectáreas en Puente la Reina, Navarra. Maderas Larreta, empresa local encargada del aprovechamiento de esta zona, quiso colaborar en el proyecto prestando los casi 1.000 estéreos (unas 500 toneladas) de troncos apilados que conformaron el volumen. Los troncos, debido a su condición de préstamo, no pudieron manipularse. Toda la madera vino directamente del bosque sin pasar por ningún proceso previo. Una vez desmontado el pabellón la madera siguió su camino y el bosque su regeneración.
La idea de diseño del proyecto, desde su inicio hasta su materialización final, fue la de llevar a cabo un monumento transitable que respondiese en su dimensión a la escala inconcebible de una catástrofe natural de este tipo. Además del impacto que pretendía generar en el proyecto, con su magnitud y descontextualización sobre la plaza urbana, también se buscaba crear un espacio interior de contemplación y de mirada hacia el paisaje, donde cobraba mucha importancia la experiencia sensorial y convivencia con el espacio.
Fue igualmente importante en el proyecto el proceso constructivo. Durante una semana los donostiarras fueron testigos de una bruta performance en la que llegaron unos 20 camiones forestales de 13m de longitud trasportando un gran volumen de madera que se descargaba con una pinza forestal y se izaba sobre una estructura metálica de contención cuyo objetivo era únicamente el de enmarcar este proceso. De la madera se desprendía ceniza, corteza y ramas que contaminaban y ensuciaban la plaza urbana tantas veces transitada diariamente. La gente podía oler y tocar la madera quemada. El fragmento del bosque fue además refugio para “paseantes” de otras especies como pájaros, mariposas y otros insectos.
Como arquitectos, lidiamos con un material vivo, que hemos aprendido a considerar más como un sujeto con su comportamiento natural e inexacto, y con el que ha sido complejo trabajar. Cada tronco que conformó el pabellón tenía su forma y dimensión y ocasionó como resultado el diálogo entre dos sistemas: el apilamiento de troncos con su naturaleza propia y con sus condicionantes de montaje y devolución, y por otro lado, la estructura que enmarca, da orden y contenía este gran volumen. Es por ello, que se buscó este límite con una respuesta arquitectónica muy directa, experimental, testada in-situ pero que impactase en todo su proceso de creación y desaparición, y que consiguiera emocionar y transmitir un mensaje de preocupación, de acercamiento con la realidad y de permanencia en la memoria de quién lo visitase.
Lost Forest fue el proyecto ganador de la segunda edición del festival TAC! de arquitectura urbana que este año se celebró en Donostia-San Sebastián. La construcción del pabellón estuvo enmarcada también dentro de la Bienal Internacional de Arquitectura de Euskadi, Mugak.