LA EXPERIENCIA DEL COLECCIONISTA
Reseña de Plácido González Martínez
En la referencial obra Art as Experience (1934), el filósofo John Dewey afirmaba que la conservación de lo esencial de las diferencias en todas y cada una de las cosas constituía, en el arte, el gran momento de la verdad. En esta valoración de la experiencia, Dewey, desde el pragmatismo, creía en el valor de cada uno de los intentos, de los procesos, de los saltos incrementales que avanzan en la reversión de la entropía. Legitimado por su contingencia, el arte como experiencia esquivará mostrarse como un proceso lineal, y desvinculándose de la objetualidad, no tendrá reparos en aparecer como resultado de un sumatorio de pruebas y errores, fallos y aciertos, como la suma de pisadas termina dibujando un camino y la costumbre del refugio crea la arquitectura.
Ángel Martínez García-Posada comienza su cuento del tiempo, la materia sobre la que versa esta colección de ensayos, citando a Marguerite Yourcenar, como introducción a la reconstrucción de unos hechos que de manera más decisiva han influido en la arquitectura de finales del siglo XX, como fue la producción artística de los años Setenta de nombres como Joseph Beuys, Gordon Matta Clark y Robert Smithson. Un momento en el que la experiencia llevaba a mover la tierra, a plantar árboles y a agujerear piedras, en una reivindicación heroica contra el mercantilismo instalado en el mundo del arte y en un paso de gigante hacia la construcción del paradigma de la sensibilidad ecológica contemporánea.
Sobre esta colección de experiencias, Ángel Martínez García-Posada desarrolla una metáfora de recreación del ciclo de la vida que aparece ilustrada en el rodamiento de acero de la portada y la contraportada del libro. Como testigos de su proceder, nos podríamos remitir, en una suerte mise en abîme semántica, al propio sentido de la mencionada palabra, “metáfora”, que en el griego contemporáneo designa por igual al camión que traslada nuestros enseres en una mudanza, que al autobús que nos transporta desde la terminal del aeropuerto al avión en medio de la pista. Así, desde la observación del propio objeto editado, comenzaremos preguntándonos por el sentido del tiempo, el gran escultor que todo lo cambia, buscando el rastro de su paso por la materia.
En respuesta a este interrogante, el autor nos conduce a través del proceso de desmontaje de la cultura moderna occidental, pero no de forma ajena, sino con empatía y familiaridad, a través de la mirada de quien ya ha probado antes a hacer lo propio con un mueble, una bicicleta o un electrodoméstico, sabiendo que al colocar las piezas de nuevo, ha de quedarse pensativo ante dos o tres fragmentos que inevitablemente queden huérfanos y sin lugar, con el alivio de comprobar que al tiempo el artefacto, finalmente y de manera inexplicable, seguirá funcionando.
En este proceso de búsqueda se renuncia de manera consecuente a establecer una genealogía. Por el contrario, Ángel Martínez García-Posada realiza un trabajo concienzudo, que desmenuza una materia de tremendo peso y trascendencia en una brillante sucesión de relatos. Son éstos los pequeños fragmentos olvidados de los que hablábamos, que se colocan sobre una estructura de trece capítulos de densidad variable, como las manzanas de una ciudad a la espera de recibir nuevos habitantes en la forma de futuros contenidos y experiencias a medida que avance la prometedora carrera del autor. La imagen de la mesa de la arqueóloga Florencia Miller en Cholula sirve para ilustrar esta investigación sujeta a la imprevisible aunque deseada aparición de objetos encontrados en el tiempo, objects trouvés, invitados inesperados que sirven de manifiesto del obstinado empeño del tiempo por alterar cualquier dinámica lineal, por desinflar el optimismo ciego del positivismo y el progreso.
Objetos encontrados en los que el autor detecta la dimensión poética y romántica del paso del tiempo, de manera tan científica como los veintiún gramos que a principios del siglo XX cuantificaban el peso del alma humana, tan leve como la disolución simbólica en la atmósfera de la humedad de la tierra excavada por Michael Heizer en Displaced / Replaced Mass (1969), tan violenta como la irrupción de las luces y sombras que se apoderaron del interior anodino de la nave del puerto de Nueva York en el Day’s End (1975) de Gordon Matta-Clark. Una dimensión concretada en mínimas resonancias, aquellas diferencias imperceptibles entre objetos idénticos que Marcel Duchamp llamaba el “infrathin”, oscura idea que no podía expresarse conceptualmente, sino a través de ejemplos.
En coherencia con la definición duchampiana, Ángel Martínez García-Posada colecciona estas evidencias, con la generosidad de revelar al lector los trazos ocultos que dibujan la trayectoria que las relacionan y la voluntad, siempre inescrutable, de quien realiza con mimo y cuidado esta labor de acopio. Una actitud que renueva la confianza en los efectos inmateriales de esa lucha contra el tiempo, la fe en la inversión de la entropía que ofrecen el arte y el amor: tal vez las únicas utopías realizables, aquellas en las que la cotidianidad acontece, a la manera que el autor recuerda, como si el tiempo no existiera.
ARQUITECTURA, ARQUEOLOGÍA, TIERRA
Reseña de Vicente Luis Mora
Dos líneas paralelas rigen este bello e interesante libro de Martínez García-Posada, profesor de Proyectos Arquitectónicos de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Sevilla; en la primera, asistimos a la relación del arte moderno y contemporáneo con los elementos térreos, desde la piedra al edificio, y las diversas posibilidades de construcción/destrucción de los mismos. En esta primera dimensión destacan sobre todo los tratamientos que hace el autor de la obra del artista Robert Smithson, desde sus enterramientos de casas hasta su famosa Spiral Jetty (1970):
La segunda línea se centra en la obsesión estética sobre el tiempo, recorriendo un muestrario de posibilidades artísticas relacionadas con el tiempo en sus distintas formas: el tiempo en retracción y deterioro de Gran vidrio de Duchamp; el tiempo congelado de la foto de Proust muerto, realizada por Man Ray; el tiempo inmemorial de los obeliscos egipcios; el tiempo detenido primero y frito (literalmente) después en las Photo Fries (1969) de Gordon Matta-Clark; el tiempo arenoso de las ciudades en miniatura construidas por Charles Simonds en Nueva York y abandonadas en cualquier parte, para sumarse simbólicamente como minúsculas ruinas al deterioro urbano del entorno:
Los dos ejes del libro tienen un punto de encuentro: el arte arqueológico, la estética que se presenta a la vez como vestigio y como hallazgo, como lo viejo y lo nuevo al mismo tiempo, alterada por su sedimentación bajo la tierra (o bajo el agua, como le sucedió a la Spiral Jetty, que emergió del Salt Lake de Utah con sus piedras blanqueadas por efecto de la sal, después de treinta años de haberse sumergido todavía marrón). “La arqueología –escribe Martínez– es la autopsia del suelo, un ejercicio de investigación” (p. 17). En lo arqueológico confluyen las superposiciones estratigráficas, las capas de polvo (como en el Gran vidrio, cuyas pelusas y partículas fueron barnizadas por Duchamp para fijar al cristal el paso del tiempo), el olvido térreo, la historia hecha arena. Algún pensamiento en este sentido es memorable: “la técnica de la reflectografía infrarroja (…) permitía conocer los bocetos iniciales bajo las capas de color definitivas. Se trataba de una investigación casi arqueológica (…) la reflectografía de un cuadro de Pollock sería otro cuatro de Pollock, anteriores estados de salpicación subyacentes” (pp. 104-105).
Debemos destacar también la excelente edición de Ricardo S. Lampreave, cuidada en lo textual y exquisita en lo visual, eligiendo un blanco y negro que quizá afee algunas fotografías pero mejora el concepto plástico del libro. En la página web de la editorial, www.lampreave.es, puede verse un catálogo al que los aficionados a la arquitectura deberán estar muy atentos.