Una pieza única y emblemática dentro de la estructura urbana, con una fuerte presencia en la planimetría de su trama, apenas tiene relevancia en el alzado de sus calles. Una tapia hermética y continua de altura uniforme solo se interrumpe en correspondencia de los pocos accesos, volviendo paradójicamente introvertida la mayor plaza urbana de la ciudad.

Respondemos al reto de potenciar este elemento clave sin tocarlo, envolviéndolo en una crisálida que define un nuevo volumen virtual, calcando su forma original y expandiéndola hacia el amplio espacio que la rodea. Un entramado liviano se convierte en un soporte que enriquece con nuevos usos potenciales el calendario de eventos de la ciudad y de la provincia, manteniendo este lugar como un foco cultural activo a lo largo de todo el año. Diferentes configuraciones de los mismos espacios se superponen a medida que se suceden los meses. Sus envolventes se van definiendo y adaptando como resultado de un compromiso entre los requerimientos climáticos y de uso. Un abanico de pieles de diferentes densidades y permeabilidades garantiza el acondicionamiento climático necesario según cada estación y uso. Un catálogo de piezas de mobiliario versátiles y combinables proporciona el soporte necesario para activar los diferentes usos. Entre sus mallas crece una muestra de las especies vegetales autóctonas. No un parque convencional, sino una representación de la riqueza de especies que puebla la provincia.

Antes que una propuesta cerrada y permanente preferimos ofrecer a la ciudad un guión abierto, un conjunto de actuaciones variables en el tiempo, en continua adaptación a las nuevas necesidades que van surgiendo de año en año. El resultado es un espacio urbano dinámico y en continua evolución, un banco de prueba en el que ensayar nuevos espacios públicos antes de extenderlos a otros ámbitos de la trama urbana, un laboratorio experimental en continuo cambio en el que la ciudad se va reflejando y definiendo a sí misma a lo largo de su evolución.