La casa Wittgenstein, sojuzgada siempre entre la pasión de los que la tienen por monumento del Movimiento Moderno y los que simplemente la silencian, ha resultado esconder en su proceso la clave de la interpretación del brusco giro conceptual que lleva a la sociedad de la modernidad al postmodern....
La casa que el filósofo Ludwig Wittgenstein levantaba para su hermana entre 1926 y 1929 en Viena nos es más conocida por la confrontación interpretativa sobre la misma que por la casa en sí. Entre la casa ideal que un catedrático de Cambridge levantaba para su hermana en Corrección de Thomas Bernhard, y la casa que describía Claudio Magris en su viaje por El Danubio, se ha generado una imagen idealizada de casa inhabitable, en el límite entre una verdadera casa y el ideal de la misma. Esta casa se conoce como síntesis física de los rígidos principios del discurso estructuralista, habitualmente leída como “lógica encarnada en casa”, un intento de dotar de orden metalingüístico al elenco material y técnico que es un proyecto de arquitectura.
Mediante una extensa investigación doctoral con varias estancias, la casa es habitada un tiempo y estudiada documentalmente, descubriendo textos inéditos que evidencian las contradicciones de una edificación que no es sólo arquitectura, sino un proyecto de filosofía realizado con técnicas de proyecto arquitectónico. Al ser descubierta contrasta con lo que hasta llegar a la misma opinamos de ella, con un proceso de proyecto que, por complejo, es hoy más vigente que nunca;
Se nos presenta así una arquitectura que parece moderna, concebida como volumen, con predominio de la regularidad en la composición, evidencias superficiales que provocan la acusación postmoderna del origen moderno del palais. Sin embargo, una vez es experimentada, el reduccionismo global del proyecto es superado por la vivencia atmosférica de sus espacios, inaugurando un goce fenomenológico en el habitar espacial y temporal redescubierto ahora, desde la anulación contemporánea de categorías del estilo.
La casa es, mas que una vivienda -lo que de ella dice la crítica-, un proyecto urbano, pues sobre un promontorio existente se genera un estilóbato para todo el conjunto, jardín-plataforma que a modo de plinto sostiene la casa fuera de la ciudad, introduciendo en la calle un incremento diferencial de artificialidad que formaliza casa y plataforma como organismo complejo y complementario. Esta actuación estereotómica adapta el terreno existente, realineando las cotas y creando una plataforma sobre la ciudad que posibilita la impronta que el palais tiene en su entorno próximo, mostrándose como una pieza contradictoriamente bien insertada dentro del mismo.
El primer proyecto, academicista, de Paul Engelmann, sobre el que se efectúan las transformaciones sucesivas de Wittgenstein, hacen que la casa permanezca actualizada permanentemente por su fijación en el tipo arquitectónico, al igual que La Tourette permanece en el tiempo al asociarse a un tipo histórico que Ronchamp desautoriza. La acción del filósofo, asumiendo el proyecto inicial y elevando el tono mediante la radical reducción de los materiales usados, hace que el proceso de proyecto no sea el histórico, sino que la forma de la arquitectura surge de forzar el material hasta el extremo conceptual que llega a expresar una configuración material. En la transición entre interior y exterior descubrimos toda una secuencia de conexiones visuales y de acceso que nos hacen establecer una relación inmediata a través de la conformación de sus cerramientos como láminas genéricas sin grosor mostrado, contactando directamente interior y exterior sin mayor mediación que los 40 cm de ladrillo macizo revestido por ambas caras con el mismo revoco a la cal -que provoca el fracaso higrotérmico que hace la casa inhabitable en ciertas épocas invernales-.
La coherencia entre la noción conceptual, la representación y la realidad, es sin embargo traicionada por el filósofo, que juega a ser arquitecto y descubre que no puede acogerse a una metodología específica de trabajo racionalmente analítico y lineal, pues cualquier decisión pone de manifiesto las posibilidades del condicionante que estimaba esa última decisión como la más adecuada. Así, la escala no aparenta ser el resultado de una sucesión sintetizada desde un sistema previo de dimensiones -esto es, pensado en digital -, sino que se soluciona programáticamente según un sentido previo, localizado en cada enfoque diferencial -operando en analógico-. El ejemplo más representativo serán las manivelas, que se colocan en toda la casa a 154,5 cm del suelo, por lo que están ubicados según la figura de la puerta presupuesta y no a una distancia normal de uso. Solamente esto cambia por completo la escala del espacio.
Proyectar será por tanto -para el filósofo que juega a arquitecto- una conformación intelectual, que mediante la clarificación de conexiones nos lleva a fijar las analogías, relaciones y campos relacionales que crean la globalidad compleja de un objeto arquitectónico o situación urbana, y es por ello que el palais Wittgenstein es autónomo pero sensible, vacío pero pleno, nihilista pero sensual; y gracias a los contrasentidos que aglutina el proceso y la casa resultante, el individuo positivista de la primera modernidad, Wittgenstein, conforma una casa que no es sólo un proyecto de arquitectura, sino un instrumento de investigación que enriquece la percepción que de la realidad se tenía y, con este desplazamiento en su pensamiento nos facilita, aún hoy, el incremento de la riqueza de nuestro mirar. A Ludwig Wittgenstein le supuso la anulación de su Tractatus y el inicio del Investigaciones, y de uno a otro transita una humanidad desorientada tras la fuerte luz, cegadora, de aquel movimiento internacional que no lo era tanto.