El reto en la reforma de esta vivienda era crear un hogar en un lugar pequeño y oscuro, para alguien que se dedica al baloncesto profesional. La casa estaba completamente compartimentada y recuperar la luz en ella no iba a ser tarea fácil, pero al igual que en la costura, la clave estaba en coser conocimiento, visión espacial y diseño para que el resultado fuera perfecto.
Una caja en el centro fue la solución que encontramos. Así, invadíamos a nuestra manera el espacio, consiguiendo dividir en solo dos zonas la vivienda. Esa construcción nos servía, no solo como bisagra entre dos modos de disfrutar de una casa, sino como reloj que marcara el ritmo de la jornada: por un lado, la zona de día con el salón y la cocina-comedor; y por otro, una zona de descanso con los servicios y un dormitorio a cada lado. Así, de un espacio lleno de tabiques, pasamos a un espacio diáfano en el que disfrutar y relajarse. Como la caja era el leitmotiv de la vivienda, decidimos usar el revestimiento de forma diferente, y crear una madera original y divertida.
Y buscamos la luz, y la encontramos uniendo la cocina-comedor con un patio, al aire libre, donde salir a jugar, a tomar el sol o a leer. Los detalles no son los detalles, los detalles son el diseño, y en cada esquina sin tabiques de esta vivienda hay espacio y luz. La casa debe ser el estuche de la vida, la máquina de la felicidad, según dijo Le Corbusier, por eso no hay un proyecto en el que separemos el alma y el corazón de las líneas que trazamos.