Esta investigación se inicia como una búsqueda para identificar los principios arquitectónicos que otorgan durabilidad o permanencia al canon de la Modernidad. Retrocediendo en el tiempo descubrimos que desde las primeras civilizaciones se han manifestado intermitentemente conceptos primordiales como la masa, la traza, la magnitud, la durabilidad y el tiempo. De hecho, desde su aparición, han mantenido anónimamente una persistente vigencia de tal modo que la arquitectura está indisolublemente asociada a su blanca validación.
A través de la guía de probados arquitectos y del análisis de ejemplos canónicos de la arquitectura, entre los que la producción residencial y su territorio actúan como una línea unificadora, podemos vislumbrar un hilo continuo de conocimiento que traslada, interpreta y actualiza aquellos conceptos germinales de la arquitectura que se traducen, independientemente de la escala de la obra, en principios de verdad que interrelacionan su estructura, su forma y su materialidad.
El arquitecto quiere explicar la realidad a través de la búsqueda de verdades objetivas que surgen durante la materialización física de las ideas porque sus creaciones modifican, precisamente, la estructura de la realidad y, como efecto acoplado, de las ideas. Por ello la búsqueda de los criterios de verdad con los que se construye la arquitectura es un proceso in fieri, en marcha, continuo. De ello dan cuenta las circunstancias que envuelven a las obras y que relatan su particular historia.
El pensamiento del arquitecto enfrentado al reto de construir no se dirige al futuro, sino al momento presente, porque las claves para la materialización residen en las técnicas de producción material y en las condiciones económicas. En esa adaptación darwiniana del arquitecto hay una irrefrenable respuesta subjetiva que está ligada a su época y a su historia personal, y consiste en la interpretación de un conjunto de codificaciones culturales, sociales, contextuales y constructivas que dibujan su realidad y fijan su tiempo al revelar su forma oculta.
A lo largo de esa evolución impulsada por los cambios de producción material propios de cada época el arquitecto utiliza los vestigios del material depositado en el pasado, sea inmediato o remoto, para, a modo de puente, trasladarse a un presente inteligible. No hacerlo, es decir, negar el pasado, implicaría un salto de la subjetividad hacia el vacío de un futuro por definición impredecible, y su resultado sería una producción sin el respaldo de una necesaria continuidad cultural y, por tanto, huérfana del sonido profundo de la civilización en el que las nuevas ideas resultan miscibles. La continuidad cultural no implica una reproducción de las formas, sino la comprensión de un sentido de orden originario que organiza los principios basales de la arquitectura. Reconocer y asimilar la existencia de esa incepción del orden que está en la raíz de la civilización habilita al arquitecto para interpretar a través de las formas de sus obras, como los ejemplos expuestos, la vigencia de la arquitectura expresada como la continuidad de la actitud moderna.
La manipulación o la mistificación corrompen la base epistémica de la arquitectura dañando también su base ética y estética. Por ello las cualidades de la arquitectura que han catalizado el progreso de la civilización tienen su soporte en la forma construida, pero a su vez, como si se tratara de una operación retroactiva, son las que confieren autenticidad a la forma externa. En realidad el mayor problema de la forma es el de su autenticidad, de ahí que a lo largo de la tesis se haya comprobado la verdad que hay en los principios generadores de cada proyecto para evitar, en el juicio sobre su forma, la sombra de la sospecha, de la impostura o de la imperfección. El hilo encierra las claves para hallar la autenticidad de lo contemporáneo, es decir, la vinculación con el hilo de la arquitectura como depósito del tiempo es necesaria para producir modernidad. Ese salto imperceptible de conocimiento que representa la autenticidad es tal vez el más grato y esquivo regalo que nos concede la arquitectura, pues otorga al arquitecto su identidad.