El proyecto del Walden-7 (1973-75) en Sant Just Desvern es la obra cumbre del urbanismo experimental que Bofill desarrolló en los años 60 y 70 en diversos puntos de la geografía española. La sucesión de proyectos realizados en Sitges, Reus y Calpe, junto con la utopía fallida de la Ciudad en el Espacio en Madrid, culminan con la construcción del Walden-7, el más ambicioso de sus proyectos hasta el momento, y también el más polémico: los problemas derivados de su construcción se alargan en el tiempo, hasta el punto en que se plantea derribar el edificio entero en los años 80. Finalmente, después de una costosa reparación, el edificio es declarado bien de interés arquitectónico.
En un momento en que la rehabilitación de construcciones existentes se plantea como una medida esencial para el equilibrio sostenible de los recursos de nuestro planeta, el proyecto de reforma de uno de sus 446 apartamentos presenta la cuestión añadida de cómo enfrentarnos al patrimonio arquitectónico contemporáneo. Hablamos de una arquitectura tan reciente, que sus autores aún viven, y aún son profesionalmente activos. Y hablamos también de una arquitectura que, después de décadas de olvido, cuando no de ninguneo, por parte de la biempensante "academia", revive gracias a su fotogénica presencia en redes sociales y al empeño de un sector de jóvenes profesionales por recuperar cierto espíritu experimental en la arquitectura, a veces desde un trasfondo social, urbano o lúdico; otras desde lo puramente estético.
En una situación como esta es más importante para nosotros hablar en este proyecto de contexto y de lenguaje, y no tanto de la configuración de las estancias. La vivienda consta de 4 módulos desarrollados en dos niveles, en las plantas 12 y 13 del edificio. La planta baja se convierte en un gran espacio diáfano, la planta primera contiene los dormitorios.
Situada en la parte central del complejo, su pertenencia al edificio es prácticamente ineludible, incluso en el interior. Cada una de sus ventanas enmarca fragmentos del Walden-7. La luz se cuela ligeramente aturquesada en las habitaciones situadas a norte, más rojiza por el sur.
En este contexto era importante que nuestra intervención estableciese una conexión con el rico tejido de la arquitectura de Bofill, pero sin pretender imitarla. El proyecto introduce destellos de los colores de fuera en el interior: el rojo teja, el azul marino o el color arena. Las topografías que Bofill planteó para los interiores de las viviendas, pero que raramente se construyeron, se re-piensan y adaptan a las necesidades de los nuevos propietarios y futuros usuarios, con bancos que se convierten en sofás y que acaban conectando con la escalera existente, que se mantiene en su tramo superior y únicamente se pinta. La forma del círculo, tan presente en la configuración del sistema del edificio y en su morfología, aparece de distintas formas: en el escalón, en las luces, en las divisiones arcadas, o en los espejos.