Aún encontrándose en una de las zonas más vírgenes de la Costa Brava, la urbanización Rosamar se caracteriza por su alto impacto paisajístico.

Como respuesta, se persigue la mínima huella ecológica en una parcela con fuerte pendiente y espesa vegetación. Un entorno que modificamos lo mínimo, tanto por la colocación inclinada de la casa, por el mantenimiento de la vegetación y por el diseño sensible de los elementos exteriores – escalera de madera según pendiente natural y valla perimetral mínima.

Adecuándonos al perfil topográfico se consigue relación directa con el jardín a través de aberturas que diluyen el exterior con el interior, aseguran luz natural, ventilaciones cruzadas y multiplican los matices de control del confort.

Las aberturas disponen de tres niveles de cerramiento: postigos regulables, mosquiteras y carpintería interior. Las hojas son correderas y se esconden en la cámara ventilada de la fachada consiguiendo aberturas completas del hueco que intensifican la relación con el entorno y la percepción de sus muros.

La fachada es de doble hoja ventilada con muro portante interior. Así mejoramos en aislamiento, inercia térmica y estanqueidad, minimizamos los puentes térmicos y las condensaciones y evitamos grietas derivadas del encuentro de la fachada con los forjados. Incluso nos permite reducir la luz y cubrirla con jácenas autoportantes sin encofrado.

La fachada sur, expuesta al sol, dispone de sombra vegetal: enredadera de hoja caduca que protege de la radiación directa en verano y la facilita en invierno.

La cubierta, poco expuesta, es de zinc sobre tablero hidrófugo. Los pavimentos de hormigón funcionan como acumuladores térmicos por radiación directa y efecto invernadero, dotando al edificio de inercia selectiva según se utilicen los sistemas de protección solar.

Como resultado tenemos una residencia con un programa muy ajustado, con el mínimo coste en metros, el máximo de compacidad, facilidad de construcción y mínima inversión energética.