La vivienda se genera desde la condición de límite, lugar en el que el paisaje toma conciencia de sí mismo, una leve franja entre el casco consolidado de un pequeño municipio y sus campos de cultivo, valles y barrancos, todo ello presidido por la graciosa belleza del mudéjar de la Iglesia de San Félix. Esta situación de límite entre casco urbano y el campo se construye como un paisaje en transición cercado por tapias, elementos bajos que dibujan los ricos espacios de privacidad de las propiedades a las que sirven.
La estrategia del proyecto consiste en adaptarse a esta situación, relacionando un programa residencial con el ámbito exterior mediante espacios comunicantes de patios y umbrales gruesos, que abriéndose como miradores sobre el paisaje o replegándose en recintos privados, establecen un diálogo rico con el exterior y generan nuevos usos que expanden el interior doméstico. La vivienda se retranquea en su alineación con la calle principal para evitar el contacto indiscreto y la sombra que proyectan las construcciones enfrentadas
Las tapias que envuelven el recinto generan tres patios diferentes en superficies, texturas y sensaciones, que construyen las relaciones con la calle, con el ámbito urbano. Dos de ellos resuelven los accesos, peatonal y rodado, y el tercero genera hacia el sur, un jardín huerto sobre el que vuelcan las estancias principales.