Ujué es un lugar al cual se llega, no por el que se pasa. Allí donde comienza el laberinto de callejuelas medievales, termina la carretera. Encalado en la colina, vigilante, llama la atención el castillo- fortaleza de los Siglos XI-XIV, santuario de la Virgen de Ujué.
Todos los años es testigo de importantes romerías que llegan en su honor.Lejos de ser un mero símbolo del cristianísmo, la Virgen de Ujué se ha ido ganando el respeto de muchos, tanto de creyentes como de los que no lo son.
Entre sus callejuelas estrechas se respira silencio, silencio que solo corta el murmullo del viento que rápidamente avanza entre sus calles colina abajo hasta perderse por los campos. Abajo del todo, en el arrabal del pueblo, San Miguel. Pequeña iglesia del siglo XII que aparece en la retaguardia, mirando con su ojo al Castillazo como si de un noble guardián se tratase. Y es que la leyenda cuenta que un pasadizo subterráneo comunica ambas construcciones, para que en caso de que la fortaleza fuese atacada, los reyes pudiesen escapar por San Miguel.
La idea es sacar esa leyenda al exterior, mediante una intervención paisajística que comunique la pequeña iglesia con el castillo. Intervención que enfatice los lugares más pintorescos del pueblo, con pequeños miradores que inviten al caminante a disfrutar de las vistas que el enclave ofrece. El recorrido como cadena de un collar, que se completará con una pieza que recoge todas las sensaciones que la Villa despierta: Un Refugio para Meditar, en la zona de San Miguel.
Un lugar para el pensamiento en un marco que invita a ello. Un lugar que en el verano, tostado por el sol, se vuelve dorado y da gusto tocar y en el invierno con la fuerza del viento en toda su magnitud, impresiona escuchar.