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Comidas callejeras de vecinos durante la fiesta mayor, “calçotadas” de amigos en el frío de febrero, barbacoas familiares al fresco de una noche de verano o soplar las velas de un pastel de cumpleaños con los compañeros de clase en un parque son ejemplos de cómo el comer colectivo en el espacio público es un elemento de generación de identidad comunitaria y de unión entre personas en nuestra cultura mediterránea.

En un presente en que el asfalto materializa lo peor de los valores de la cultura adicta a la energía fósil “AFTERCARS” tiene como objetivo transformar un aparcamiento olvidado y sin identidad situado a las afueras de Castell d’Aro en un nuevo espacio para la interacción social a través de la comida comunitaria en un entorno renaturalizado. Este espacio, en su día destinado a ser un parque de acceso al pueblo a través de la antigua Vía Verde, se ha convertido en un campo de asfalto, almacén de todo tipo de vehículos, alejado de su propósito ajardinado original y con escasa conexión con el pueblo.

Destaca, en medio de este descampado, una solitaria barbacoa pública marginada detrás de un cerco de madera que, sorprendentemente, es capaz de reunir a su alrededor a los vecinos y ciclistas de la Vía Verde los fines de semana y les festivos, generando una notable actividad social que contrasta con el uso residual del aparcamiento.

¿Por qué no potenciar lo que ya funciona en el lugar como activador del cambio? Así entendemos la barbacoa existente como eje central del proyecto para transformar este no-lugar en un nuevo espacio abierto a realidades humanas y no-humanas, generador de nuevos vínculos e identidad a través del comer colectivo en un ámbito renaturalizado.

Primero se tiene que dejar paso a la naturaleza. Retirando los coches y el asfalto, liberamos la tierra que está escondida debajo. Así, la flora y la fauna pueden empezar a recuperar su lugar, emergiendo por doquier. Donde antes solo había asfalto, ahora aparecen árboles y plantas aromáticas mediterráneas.

La barbacoa existente se entiende como un elemento central del proyecto. Renunciando a demolerla como principio de sostenibilidad, se le concede la relevancia que merece gracias a un nuevo acabado de baldosa azul tradicional de la Bisbal que refiere a los matices del Mediterráneo. Una elegante pérgola protege a quien cocina con sombra y una chimenea con guiños a Hansel y Gretel eleva el humo más allá de la copa de los árboles, anunciando que ¡Ya es hora de comer!

Para favorecer la socialización y el comer colectivo, diseñamos una gran mesa zigzagueante e inclusiva para 50 comensales, cuya forma inspirada en un ciempiés se entrelaza suavemente con los troncos de los árboles. Esta disposición invita a los vecinos a compartir momentos de convivencia y a fortalecer los lazos de amistad en un ambiente relajado y acogedor a la sombra de los árboles.

La armonía entre la gastronomía y la arquitectura generará una experiencia única, donde la comida se convierte en el hilo conductor de nuevas historias y el jardín es el escenario para la celebración de la vida en comunidad.

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