Cada uno de los gestos cotidianos que forman parte de mi quehacer diario tienen que ver a cómo se ha construido “su arquitectura”. Si la técnica nos da la opción de evolucionar, el cuerpo donde se instala, es puramente arquitectónico, y éste, está cada día por definir.
Mi espacio es cada vez más grande. Uno tiene capacidad de mirar por una ventana llamada Internet donde todo nos influye. A la vez, mi espacio es íntimo y privado. Somos tres desde hace tres años fabricando un mundo cercano, lo más alegre posible.
Definir un proyecto es ir llenándolo de ideas (un recorrido entre razón y sentimiento) que se interrelacionan y crecen unidas formando un todo. Inventar, buscar nuevas soluciones, dentro de un proceso abierto y continuo, donde nuestra intuición, producto de nuestras experiencias personales y ajenas, es inherente al mismo. Wagensberg, escribe sobre la imaginación científica: La creatividad reside en un frágil punto situado entre el caos y la disciplina, el desenfado y el rigor, la analogía y la paradoja, la revolución y la continuidad.
La experimentación con cada elección, y nunca aislada de su componente constructiva. Un material constructivo no tiene significado en cuanto se extrae del contexto de su construcción o del proyecto.
Reflexiones al lugar (emplazamiento físico, hecho cultural, social o económico) y al tiempo y al cómo incorporar en lo creado los nuevos procesos. Siempre una lectura transversal como nueva forma de conocimiento donde lleva implícito el agitar ideas, entrelazar o entrecruzar con vocación de generar otras.
La buena arquitectura es múltiple en sus planteamientos y en sus respuestas. Nunca como moneda de cambio. Construimos el espacio físico donde se realiza la mayor parte de la acción humana. Por ello, no debería ser parte del afán mercantilista de nuestra sociedad. Generar una nueva lectura al proceso de producción actual. Reutilizar como lógica. Mirar más allá, para proyectar desde la razón y la imaginación como sensibilidad hacía lo que no es nuestro.