Una vez alcanzamos la cota del acantilado comenzamos una ascensión sólo para iniciados; una escondida escala vertical para empezar a subir al cielo. Porque no es una escalera en el sentido tradicional; en el primer tramo quiere protegerse de los que no tienen la necesidad de encontrarla…pero una vez que se comienza la ascensión, se empieza uno a elevar vertiginosamente. La torre se abrirá al mar y la tierra…porque lo que se ve desde la torre pertenece a ella también. Situada en el límite, divide el mundo en dos, y desde la altura nos permite ver las dos mitades opuestas…

Entonces uno se pregunta, ¿de qué material está hecha la torre?…la torre está hecha del material de los sueños… debe ser como un niño que mira a través de una puerta, y a veces la puerta se abre entera y a veces es simplemente el ojo de una cerradura…dónde uno puede quitar las piezas como en un puzle que le permitan enmarcar el sueño y la visión necesaria, y después colocarlas de nuevo.

Se va recorriendo una espiral que asciende para llegar a la esencia del ser. Previamente se atraviesa un laberinto placentero, -conforme se despegan más y más los pies del suelo-, en el que se mezcla los sueños y los deseos, y dónde no se puede discernir lo soñado y lo acontecido, y dónde además no importa no llegar hasta el final…pero cuando se llega al último nivel, ya no hay dos mitades, porque es únicamente el cielo lo que rodea la torre, y entonces el visitante se siente suspendido… ya no hay fachadas,  ni techo, e incluso el suelo que se pisa es transparente e ingrávido y no se quiere bajar de nuevo …probablemente por eso queremos subirnos a las alturas, porque sólo a la distancia necesaria, somos lo que queremos ser…