Se parte de la concepción de la ciudad a modo de paisaje bidimensional, los coches y sus luces, las redes eléctricas o los rastros de olor forman distintas estelas que, como en un único plano se estratifican y superponen apiladas sobre la temporalidad que nos captura.
Se propone la creación de un espacio de apertura de una nueva dimensión, la Z, relacionada con la cualidad metafísica. Como en un único píxel revelador tomado del plano urbano, donde el espacio-tiempo se libera y es reapropiado.

La capilla trata de satisfacer la necesidad de “pararse a pensar”, acogiendo una reflexividad individual pero que puede acompañar a flujos comunitarios, como asamblea de la corporeidad grupal.
Solo a través de la combinación del tiempo con las otras tres dimensiones se produce la profundidad cuatridimensional. Ésta geometría de cuatro planos se vincula con el trascendentalismo y se sitúa en la mente humana.

La Plaza de las Glorias se nos presenta como el arquetipo de un vacío cargado de flujos, atravesado por dos avenidas principales. Pero también el parque proyectado es un potencial soporte de movimientos de juego, rastros, corrientes de agua, cometas o sonidos.
La capilla diferencial de tiempo no puede ser impermeable, el espacio interactúa con el exterior, intercambiando sonidos, olores, reflejos, invitando a entrar como en una "llamada a la oración".

El músculo urbano, adormecido, agarrotado en la bidimensionalidad acelerada, necesita de un “pellizco” que lo haga despertar.