Beca 2016
Modalidad:
Concurso
| Destino: Rafael Moneo | Prácticas: 04/2017 - 09/2017
En el pequeño paraíso que se ha convertido Les Glòries surge un diminuto oasis de paz y silencio. Desde el parque se intuye un camino que desciende lentamente. No ves el final, pero la intriga te impulsa a bajar. En esta zona encuentras un lecho de arena, cansado de llevar un calzado que te oprime, te descalzas. El tacto del pie en la arena es agradable y relajante. El camino se vuelve cada vez más angosto y el continuo crecimiento de los muros laterales te come. La poca luz que ya tenemos en esta zona del parque se va diluyendo debido a la altura de los muros. Después de un sutil zigzag, al final del camino aparece una pesada puerta, que con un ligero empuje consigues abrir.
Y encuentras algo que no esperabas, después de un angosto camino surge un espacio abierto, una sala oprimida por un techo bajo que te invita a quedarte. Esto es otro mundo, no es Barcelona, ni siquiera tus ojos están acostumbrados a tan poca luz. Y la temperatura es ligeramente más baja. Su atmósfera es única.
Una vez empiezas a intuir la forma del espacio, descubres al final de la sala que el techo no llega a una de sus paredes, un suave rayo de luz pinta la pared y una reserva de agua. Un relajante sonido proviene de ella, pues se oyen revolotear unos peces. Alimentarlos te devuelve a la naturaleza. Descalzo, sientes la arena, la Tierra, estás dentro de ella, sucumbes a su oscuridad. El olor de la humedad y la cera quemada.
Parece que al tumbarte en la arena, ésta te tuviera que absorber. Y lo hace. Te cautiva. Los muros de tierra rebosan naturaleza. Amables al tacto, y al musgo, y a cualquier ser. Los muros desaparecen, son tierra y vida. Se devuelve la arquitectura a su primitiva y mínima expresión, la cobertura, y el refugio.