El tiempo, agente necesario de la transformación, es capaz de esconder, sumergir, desplazar y extraviar, también de provocar reencuentros, superposiciones, simetrías o círculos. Si a su acción se le suman los puntuales avatares y aconteceres que se han ido desarrollando a lo largo de los años, podemos encontrar múltiples casos de obras que pudiendo haber sido no llegaron a ser.
La irrupción de un incendio o de las guerras, la confusión y la falta de comunicación, o la pérdida de memoria, el cansancio, la enfermedad o muerte del creador alteraron en algún caso la permanencia de una obra que no llegó a nuestros días en su total completud.
Rescatar sueños inconclusos, historias escritas parcialmente y arquitecturas sin construir es una forma de reconciliarse con la memoria. La fantasía de continuar el proceso creativo desde el instante en el que fue interrumpido y proponer un posible final es quizás una manera de rebelarse contra el carácter destructivo del tiempo.