El periodista y escritor Juan Tallón escribía sobre el hallazgo de ciertos detalles, a priori insignificantes, y su importancia en la literatura: “(…) un detalle menor, bizantino incluso, pero resplandeciente, como cuando te fumas un cigarro en el desierto, en mitad de la noche. Él sólo ilumina toda la escena, es una cerilla imperecedera (…) Basta un detalle intrascendente, pero lamentablemente casi nadie sabe conseguirlo”.
Siguiendo este hilo narrativo, la Obra Efímera que presentamos vislumbra una prolongada historia de tiempo y destrucción oculta tras la ciudad de Sevilla: Durante el siglo XVI los constructores de las casas señoriales del centro de Sevilla trasladaron desde la periferia las muelas de sus molinos harineros. Aquellas piedras eran colocadas en las bases de las fachadas de los edificios, junto a las esquinas. El motivo era sencillo: El frágil tapial que se utilizaba para las construcciones de la época apenas soportaban las embestidas de los bujes de las ruedas de los carros que, al desplazarse entre las angostas calles, chocaban irremediablemente.
Estas ruedas configuran un palimpsesto que conserva, desde los rozamientos de los molinos harineros, hasta el desgaste acaecido por los impactos de los coches de caballo que incluso en la actualidad se siguen produciendo. La intervención consistió en advertir a la población sobre la presencia de estas Ruedas de Molino. Durante un día, ciudadanos y turistas extrajeron su huella mediante la utilización de carbón y papel.
Una simple acción de rozamiento nos permitió condensar un detalle velado de Sevilla dando lugar a bellas láminas tituladas con el nombre de la calle y su posición.