Las tres piezas trabajan en continuidad, una suerte de narrativa espacial y extrañamente doméstica, para constituir una vivienda disfrutable, abierta y cambiante.
Este proyecto responde a un contexto social y urbano que se ha desvelado en la ciudad después del paso del confinamiento y la pandemia. Inversores que han puesto a la venta pisos turísticos y por otro lado la vuelta a casa de muchos migrantes que trabajaban en el extranjero, gracias a la implantación de un mercado laboral más abierto al trabajo online. Estas dos situaciones marcan el inicio de este proyecto, la compra de dos antiguos pisos turísticos por parte de una propietaria que regresa a Madrid después de llevar ocho años trabajando entre Nueva York y la República Dominicana.
El piso se encuentra en el madrileño barrio de Lavapiés. Previamente la vivienda había estado dividida en dos pequeños apartamentos independientes, con la distribución convencional de los alquileres turísticos, salón, cocina americana y pequeña habitación independiente. La propietaria propone recuperar la unidad de la vivienda para trasladarse allí.
Gracias a los nuevos modelos de teletrabajo, podrá seguir trabajando en Nueva York desde su nuevo punto base en la ciudad madrileña. Para ello surgen unos requerimientos contrapuestos: se desea una casa disfrutable pero a la vez dinámica para trabajar y que pueda ser vivida en soledad pero capaz de funcionar con invitados y amigos de todas las partes del mundo.
Así se propone un juego de tres piezas capaces de organizar programáticamente el entorno doméstico. Tres objetos de gran escala incrustados en este pequeño piso de 70m2. Cada una de las piezas cualifica el espacio, lo doméstica y construye atmosferas diferenciadas. Una caja de madera de abedul contiene la cocina y una librería que da cobertura a la zona del sofá, una estructura alicatada de baldosa asalmonada contiene el comedor bajo un techo rojo brillante que separa la zona de dormitorios del espacio más público de la vivienda. Y por última una especie de tótem, de baldosa amarilla, distribuye alrededor de sus cuatro lados los servicios de dormitorio, vestidor, lavabo y ducha. La posición de las puertas correderas permite los usos simultáneos del dormitorio y baño, de tal forma que la habitación funcione en suite con el baño cuando la puertas están abiertas y que el baño funcione independiente cuando las puertas están cerradas, diferentes combinaciones de aperturas de puertas optimizan el uso y aprovechamiento de los programas de la vivienda.
Las tres piezas trabajan en continuidad, una suerte de narrativa espacial y extrañamente domestica, para constituir una vivienda disfrutable, abierta y cambiante.