Las viviendas comparten un único núcleo común al que se añaden dormitorios en fachada para completar los diferentes tipos residenciales.
A pesar de las pautas dibujadas sobre los planos, los lugares necesitan expresar su propio ser, surgir naturalmente, construirse a sí mismos. Y concretamente este lugar, alineado frente a la pausa verde, frente a la concatenación de espacios públicos que unen el antiguo Carabanchel con su bosque, a través del ensanche. Como respuesta, las viviendas se comprimen sobre el borde, una única pieza lineal, en una búsqueda de la razón principal del lugar. Allí poseemos unas vistas y una orientación óptima donde este y oeste comparten el sur, generando el límite de la actividad, sosegando el interior y definiendo el exterior.
Las viviendas se proyectan a partir de un núcleo invariable que tras una adición modulada completa las exigencias del programa. Este núcleo fijo se construye de vistas y sol. Sus dos piezas principales, estar y dormitorio, se pegan al límite sureste y suroeste, del que se protegen con un filtro, relegando al plano posterior una franja húmeda y de servicios.
Tras este plano, y como nubes sobre el vacío, se produce la variación de este invariable al adicionar unas piezas que contienen el programa que forma las viviendas de dos y tres dormitorios.
El estricto orden se desordena matemáticamente y se proyecta variable y cambiante. Así las viviendas se convierten en máquinas de habitar, y se proyectan como tales, minimizando las zonas de transición entre estancias.
Su construcción responde a esta necesidad de optimización industrial. Así la estabilidad del cuerpo principal se construye en hormigón a partir de un único molde de alta precisión. Mientras, las variaciones suceden gracias a los módulos ligeros en estructura metálica que constituyen los elementos de adición.
Este sistema industrializado facilita la puesta en obra, anula la aparición de escombros en el proceso constructivo, y acelera los plazos de ejecución.