Un pequeño sendero lleva a una plataforma que suena a música y se cobija en la relajación de la cota, es posible sentarse arropados bajo la sombra de distintas agrupaciones de árboles para escuchar y ver la escena. La plataforma vuelve a ser camino según desciende en dirección al río, y un poco más allá se extiende como planicie ofreciendo espacios que se adosan a un muro de contención que embebe un talud ajardinado, espacios que viven de la imagen de una chumbera que descuelga por la pared de roca. Pero esta planicie es ambiciosa y se deja caer al otro lado de la calle, para proseguir su búsqueda de cotas más bajas. Ya en este otro lado de la calle, se reconoce una dilatación al cobijo de la ladera junto a una franja de edificaciones que se identifica como un extremo sin culminación.
Esta secuencia se traduce a la zona de las viviendas estableciendo un diálogo entre las traseras de la edificación colindante y el espacio público que se proyecta frente a ellas. De esta manera se opta por elevar las viviendas, desarrollándolas únicamente en planta alta, favoreciendo esa conexión. El espacio comunitario que se genera bajo las viviendas se nutre de la presencia de esas traseras y las hace suyas, intentando darle acceso a los vecinos que ya tienen accesos a través de nuestra parcela. Este espacio se presenta unitario, flexible, y accesible que se enriquece con la secuencia de luces y sombras que se arrojan sobre él al perforarse las viviendas a través de grietas que se aprovecharán para iluminar y ventilar todo el conjunto. Este espacio que se cierra con un elemento que sigue la tendencia de la alineación a vial busca insinuar lo que alberga a través de un muro doble de termoarcilla colocada en dos direcciones, generando un muro en celosía.
El que habita se identifica con su casa llegando a ubicarla por esa roca, esa chumbera, ese olivo... ¡¡Esa es mi casa!!