El encargo del Ayuntamiento consistía en rehabilitar una antigua nave industrial para dotarla de un uso polivalente, para las celebrar los carnavales, una fiesta con gran tradición en el municipio, que se hace una vez al año y que permitiría por tanto usar el edificio el resto del año para otros eventos culturales. El proyecto venía condicionado por el escaso presupuesto, la nave debería conservarse y el nuevo edificio debía construirse sobre el existente.
Hacia el interior el pabellón adquiere una imagen porosa, se realizan aberturas de lucernarios y se abren huecos en los paramentos para formar puertas y ventanas que permita el paso de luz natural y una mayor luminosidad al recinto para las actividades diurnas. El espacio construido es el resultado de una cueva artificial que se aísla del exterior, un entorno neutro que permite que surjan acontecimientos que lo llenen de color, como la fiesta del carnaval, sin interferencias externas y sin influir a su vez en el desarrollo de la vida en el exterior. Durante la noche el sistema de iluminación genera un espacio diferente: se descubre la estructura del edificio y se desdibuja la composición de los lucernarios. Al mismo tiempo el sistema de iluminación genera un juego de texturas en el pavimento que recuerdan la ubicación de los huecos desdibujados.
La expresión exterior del pabellón es cerrada, no permite intuir el interior y busca un reflejo reconocible que le confiera identidad, un nuevo símbolo contemporáneo para el municipio, a través de la reutilización de una imagen tan popular para sus habitantes como es la del Castillo sobre el cerro que domina las vistas desde cualquier calle del pueblo. Una máscara de chapa metálica perforada con la imagen pixelada del Castillo cubre la totalidad de la superficie de la fachada, que mediante un sistema de retro iluminación sirve de “faro” por la noche para anunciar los días de eventos culturales en su interior.
El pabellón no debe entenderse de forma aislada, sino a través del entorno existente. En vez de edulcorarlo o negarlo, entra en una confrontación para ponerlo en valor al mismo tiempo que lo revitaliza. Como un exabrupto o una llamada de atención para establecer nuevas condiciones de identidad, la doble piel de chapa metálica perforada viste al edificio tanto en el interior como en el exterior proporcionándole un nuevo traje, un disfraz que se coloca a cierta distancia de los “huesos” del edificio, dejando entrever las estructuras e instalaciones, en particular la iluminación, a la que se le ha querido dar un sentido especial tanto fuera como dentro del edificio.