Dos son los aspectos más importantes que hemos intentado abordar en este proyecto: el primer punto se centra en trabajar el límite de lo construido, donde la ciudad se diluye con el paisaje. Transformar un no lugar, donde puntualmente toma vida en forma de mercado, en un lugar de uso para la ciudad.
El segundo aspecto trata de poner en valor la construcción existente, buscando que un nuevo uso no suponga de ninguna manera una pérdida de identidad.
Proponemos la rehabilitación de la cubierta, para que se produzca el paso de la ruina estructural a una pérgola que sirva de soporte a la vegetación, generando así espacios de sombra y una transición entre interior y exterior.
La nueva biblioteca y espacio joven se desarrollan en una serie de espacios que juegan bajo la pérgola vegetal fundiéndose con la plataforma de la estación, difuminando el límite de la actuación y abriéndose estratégicamente al exterior para captar de forma controlada las instantáneas de una nueva realidad generada por el proyecto.
Para dotar de una mayor accesibilidad urbana al centro joven y a la biblioteca, proponemos la construcción de un nuevo acceso tangencial a la plataforma de la estación, con lo que se consiguen a su vez nuevos flujos de personas en esta zona, dinamizando estos espacios.
Hacia las vías del tren el edificio se muestra rotundo, protegido tras una barrera de enredaderas, que treparán por la cubierta existente, transformada ahora en un tamiz verde.
El podium sobre el que descansa la cubierta actual se elimina, haciendo accesible la nueva construcción. Los oxidados perfiles metálicos se recuperan ahora como estructura ingrávida.
El nuevo edificio se construye con muros de hormigón, contrastando con la ligereza y estaticidad de la cubierta. Un esquema sencillo organiza las circulaciones a través de un corredor, que hace las veces de filtro y barrera hacia las vías del tren, sirve a los distintos espacios permitiendo que la biblioteca y el centro joven se puedan usar de forma diferenciada.
Los pavimentos de madera salen al exterior como alfombras de traviesas de madera que recuperan de nuevo un uso perdido, integrándose con bancos y árboles que extienden los límites de la actuación.
Las distintas estancias se abren al cielo para no contagiarse del caos del entorno, dejando pasar la luz filtrada a través de la antigua cubierta transformada en umbráculo, recordándonos que ese montón de hierros aparcados en una explanada, que un día tuvieron una función ya olvidada, son útiles de nuevo y que con el ruido de los trenes se mezclan ahora la música de los ensayos, las voces de unos amigos sentados bajo un árbol, el brillo metálico de las esculturas de una exposición, las sombras recortadas en los muros y el susurro de las hojas de los libros.