El jardín se extiende hacia el interior de la nave industrial existente, gracias a la extracción de la cubierta, dónde se deforma, desapareciendo bajo tierra y conectando con el pasado, en el ‘Jardín de la Memoria‘, un bosque de cerezos y almendros. En el sótano se sitúa el museo, garantizando el control ambiental.

El pasillo central del museo se convierte en el espacio de proyecciones de las ‘Microbiografías Audiovisuales‘ de las víctimas y eje de los espacios museísticos. En cota alta, se convierte en pasarela aérea que atraviesa las copas de los árboles del jardín, cerrando el recorrido. El ‘Cubo‘ de los espacios de oficinas se envuelve con una piel luminosa como referencia visual en el territorio. La intervención une los tres edificios existentes, dejando que el resto de maquinaria existente se degrade y con el paso del tiempo y la acción artística queden como elementos del paisaje industrial original.