La casa en Lloret se destruye.
La acción que la levanta es la de deshacer, por lo que el plano más importante del proyecto será por supuesto el de demoliciones. El estado actual de la parcela, ocupada al 100%, invita a derribar con inteligencia estratégica antes que a construir con talento virtuoso. Esta operación cobra aún más sentido en una trama tan densa como la de un casco histórico colmatado por adiciones sucesivas a los volúmenes originales de sus edificaciones.
Con la demolición se libera un volumen de aire de 120'50m3 alrededor del cual se desarrolla la casa, una vivienda nueva y ligera dentro de una trama existente y densa.
A partir de ese momento, la definición del proyecto pasa por el trazado de las circulaciones capaces de ordenar su uso. La parcela tiene dos accesos por calles distintas, pero sobre todo con una diferencia de cota de 1'70m. En este punto el proyecto recurre de nuevo al patio: las circulaciones verticales se desarrollan a su alrededor, de forma que el volumen vaciado se convierte también en articulador del uso de la vivienda en su conjunto.
Por último, la fachada se proyecta como una textura. Tanto el remonte de la fachada existente, con el acceso a cota superior y frente al conjunto histórico formado por la iglesia y el convento de Nuestra Señora de Loreto, como la totalidad de la fachada con acceso a cota inferior, se resuelven a través de una textura. No importa el color, que es el verde presente en todas y cada una de las fachadas del pueblo; tampoco importa la materialidad, que es hormigón prefabricado y tintado en las partes macizas y acero lacado en las partes huecas. La nueva fachada es una textura abstracta.
Una estrategia y dos decisiones tácticas para un proyecto en el que lo mejor está por llegar.