Luces de barrio es un proyecto coral promovido por el ICAS y comisariado por Nomad Garden en colaboración con Surnames, El Mandaíto y FabLab.
La aspiración de esta iniciativa es iluminar de manera efímera lugares urbanos que, cuidados y cultivados por colectivos cívicos, encarnen el vínculo que desde antaño se establece entre la sociedad y la naturaleza durante la Navidad.
Con el objetivo de aprender de estos espacios y transmitir el relato de dichos colectivos, contamos este año con la colaboración especial de jóvenes creadores de la ciudad, entre los que se encontraban: Motoreta, Mal, Proyecto-ele, Lugadero, María CabezadeVaca, Fran Pérez Román, Ctrl+Z, Scenotecniak, Oh let!, David Cordero, Hisabelia y Darío Mateo. Equipos que, a su vez, coordinaron a más de 100 artistas, 800 participantes y 3.500 visitantes en la creación de las diferentes instalaciones lumínicas.
Aprovecharemos esta oportunidad para reflexionar sobre el contexto y las motivaciones que originaron el proyecto. Para ello, nos gustaría comenzar aproximándonos al solsticio de invierno, periodo en el que se produce el evento y que se caracteriza por ser el punto de inflexión a partir del cual los días pasan de ser cada vez más cortos, a ser cada vez más largos. Un cambio de tendencia casi imperceptible pero cuyas consecuencias, el incremento paulatino de radiación solar y de producción fotosintética, propician la aparición de un periodo de prosperidad y abundancia en toda la biosfera.
De esta forma, cada año, el solsticio de invierno porta una promesa que no ha pasado inadvertida para las diferentes culturas, como reflejan las múltiples fiestas que en este tiempo celebran la llegada de la luz y la fertilidad.
En sintonía con esta tradición, Luces de barrio aspira a celebrar los vínculos entre la naturaleza y la sociedad, pero no solo de forma simbólica sino también de manera inmanente. Por ello, planteamos “iluminar” aquellos lugares urbanos donde realmente se encarna la luz solar en materia viva.
Ahora bien, ¿Cuáles son estos lugares?
Evidentemente, podrían ser parques y jardines públicos, pequeños patios íntimos, lugares baldíos abandonados por la ciudad y recién tomados por lo salvaje o, por qué no, lugares velados por colectivos ciudadanos donde aflore inesperadamente la naturaleza en la ciudad.
Sobra decir que esta última posibilidad fue la que nos sedujo. Por ello seleccionamos en el primer certamen de Luces de barrio seis situaciones heterogéneas como las calles de vecinos del barrio del Carmen, el arca vegetal de los amigos de los jardines de la Oliva, los cosmopolitas paseos del parque Amate y del barrio de San Jerónimo, el vergel de los artesanos de Rompemoldes, o los huertos urbanos del barrio Miraflores. Precisamente el descubrimiento de esta realidad nos llevó este segundo año a explorar el tema de la agricultura urbana de manera monográfica eligiendo, entre los múltiples casos existentes, los huertos de San Jerónimo, Alcosa, Rey Moro, Vega de Triana, Instituto Romero Murube y Hacienda San Antonio.
Pero, ¿Por qué seleccionamos estas situaciones emergentes frente a aquellas más consolidadas?
En primer lugar estimamos que aquellas realidades consolidadas ya se encontraban convenientemente regladas, y que además posibilitaban el uso y disfrute de una mayoría considerable de usuarios. Por contra, las segundas aparecían como realidades marginales y vulnerables, que no gozaban del reconocimiento institucional necesario y que, además, afectaban -aún- a una minoría de ciudadanos.
Precisamente la presencia del adverbio introduce, veladamente, una segunda razón de peso que nos impulsaba a tomar partido por ellas. Nos referimos concretamente a la capacidad de estas situaciones, ahora minoritarias, de anticiparse a escenarios futuros que podrían afectar a colectivos más amplios. En este sentido, la experiencia atesorada en estas realidades podría ser de un valor incalculable para afrontar de manera diversa los retos sociales, ambientales y económicos que nos acechan.
Desde esta perspectiva, desde Luces de barrio nos gusta pensar que la ciudad funciona como un sistema emergente con capacidad de auto-organizarse, adaptarse o soñarse a sí misma y que, quizás ingenuamente, con esta iniciativa podríamos iluminar algunos de esos sueños de futuro.
La cuestión es: ¿Cómo sueña la ciudad futuros alternativos más justos, inclusivos, ecológicos,…? ¿A través de quienes?
Si nos detuviésemos brevemente a reflexionar sobre estas cuestiones descubriríamos que estas situaciones nacen sin un plan externo o reglado. Por el contrario, aparecen más bien como consecuencia de los deseos y acciones cotidianas de colectivos, en ocasiones minoritarios, que encuentran en estos espacios cercanos a sus viviendas un lugar para expresar sus propósitos. Demuestran así su capacidad para crear paisajes hospitalarios en medio de un mundo indiferente e incluso hostil a su existencia.
En este sentido es curioso observar, por ejemplo, como grupos de pensionistas o parados situados al margen del mundo laboral, recuperan y reclaman su utilidad social a través de la participación en estos espacios. En este contexto, y teniendo en cuenta las previsiones futuras, resultaría aconsejable aprender de estas experiencias para promover situaciones urbanas donde las personas puedan involucrarse de manera activa y significativa en la producción de sus entornos vitales.
Contemplando estos argumentos quizás resulte más comprensible nuestra voluntad de “iluminar” estas realidades y de velar para que cualquier intervención en las mismas, por efímera e intrascendente que fuera, se realizase desde los mismos principios de inclusión y participación.
Para ello, articulamos una serie de laboratorios de creación colectiva coordinados por los equipos mencionados con antelación. Equipos seleccionados no solo por su producción alternativa, sino también por su capacidad para soportar y difundir la voz de otros.
El propósito de esta decisión era múltiple: para empezar resultaba tentador sacar a los artistas de los estudios, teatros y museos para devolverlos a la arena de la cotidianeidad, exponiéndolos a un diálogo inesperado con los colectivos de los huertos urbanos y viceversa. Nos parecía sugerente propiciar un espacio para dejarse afectar por los otros, por sus preferencias, necesidades, técnicas o recursos. También nos divertía contagiar de espíritu agrícola a los artistas, jardinero a los técnicos, artístico a los hortelanos... poco importan las etiquetas. Lo relevante era lograr que cada participante tomara la posición del otro, o encontrar posiciones nuevas; mestizas.
En todo caso el desafío de esta estrategia era sondear la capacidad de las intervenciones resultantes de dichos diálogos para reflejar la realidad de los huertos, para experimentarlos de forma diversa o, porque no, para hacer aflorar otras posibilidades inadvertidas.
Y así fueron transcurriendo los meses a través de muchas discusiones y talleres en los estudios, el FabLab, los propios huertos o colegios vecinos, hasta que se fueron decantando las propuestas. Cada una de ellas encontrando acomodo y sentido a su manera, como aquellas en Alcosa (video 5), Rey Moro (video 6) o San Jerónimo (video 2), que intentaron ser una caja de resonancia de las cualidades y deseos ya existentes.
En otras ocasiones las propuestas se decantaron como una respuesta a problemas técnicos y deficiencias de estos lugares. En este caso las intervenciones no fueron pensadas como una brillante instalación lumínica, sino como un resto útil y duradero, como fue el caso de Hacienda San Antonio (video 1) o el IES Romero Murube. (video 4)
También hubo experiencias que sondearon otras dimensiones latentes de los huertos, a priori no utilitarias, ni tan evidentes. Lo cual no significa que renunciaran a su capacidad para mejorar de manera inmediata las condiciones físicas de estos lugares, solo que prestaron especial atención en desarrollar otras maneras de percibirlo. Tal fue el trabajo de María Cabezadevaca y Fran Román en los huertos de Vega de Triana. (video 3)