Para nosotros, los arquitectos, y creemos que para muchos otros, el dibujo siempre ha sido una forma de conocer y representar el mundo en que vivimos. Pero, inevitablemente, también es un camino que tomamos para (re)interpretarlo y transformarlo. Nos enseñaron que ser arquitecto implica un deseo continuo de mejorar el espacio que habitamos... El dibujo, por tanto, desempeña un papel cotidiano en nuestras vidas, soñamos, en blanco y negro o en color, en cuadernos A6, A5 y no pocas veces en todo lo que encontramos adecuado para dejar constancia de nuestros recuerdos. El dibujo expresa indefinidamente el pasado en el presente, es decir: un devenir permanente, que a la larga puede convertirse en una realidad distinta de la que le dio origen. Creemos que un dibujo no tiene por qué ser bueno, ni mucho menos revelarnos de la misma manera. Por supuesto, debemos respetar la escala, las proporciones y la perspectiva... pero sólo si queremos. Como sabemos, la verdad puede revelarse en los opuestos.
En resumen, a través del dibujo descubrimos y comprendemos mejor las cosas que nos rodean. Por eso no podemos dejar de dibujar, sobre todo cuando viajamos. Nos han enseñado que cuando viajamos aprendemos lecciones que no olvidamos; el dibujo las subraya a nuestra manera.