Comer, cenar, relacionarse, escapar de la vorágine de la ciudad, del trabajo, hablar, decidir, disfrutar,… Diseñar este espacio tuvo en cuenta muchos parámetros no sólo de funcionalidad. La calidad de los platos y el acierto en el servicio debe ir acompañado de armonía en el espacio, de belleza, de iluminación correcta a cada hora del día o de la noche, de limpieza de líneas, de adecuada sonoridad, de alma.
Se estudió exhaustivamente la luz, los espacios y las pieles que forraban cada paramento. Elegimos tres materiales nobles, piedra, madera y vidrio que configuraban las estancias combinados siempre con un blanco absoluto que nos daba además de una superficie reflectante para la luz, un aspecto de limpieza vital a este tipo de proyecto. Los materiales se dispusieron por capas de tal forma que tras la piedra nacía la madera y tras ésta, superficies blancas impolutas. El vidrio se usó como separación casi virtual de espacios. Los materiales nunca se tocan y en la unión de dos materiales distintos una junta de luz hace levitar a los mismos y confiere ligereza al conjunto. El tránsito de unos espacios a otros se indicó por grandes grietas que rasgan el primer paramento y nos dejan ver el siguiente material que además define la estancia a la que nos adentramos. La luz se ha controló hasta tal punto que toda la iluminación fue digitalizada y cada grieta de luz se tamiza para conseguir la intensidad y coloración adecuada a cada punto del restaurante. Ninguna reverberación fue consentida. Aislamos el restaurante del exterior y el exterior del restaurante y en el interior conseguimos que los blancos absolutos fueran literalmente esponjas. De esta forma paliamos el uso de materiales más duros como la piedra. La madera enlistonada se colocó con paneles negros acústicos en cada junta consiguiendo que también estos paramentos absorbieran el sonido. Resultado un gran confort acústico de vital importancia para un restaurante.